Los primogénitos son
conejillos de indias. Cuando nos estrenamos como padres es lógico
que cometamos con ellos algún que otro error de novatos. Con el
segundo hijo ya tenemos experiencia y todo va más rodado. En mi caso
particular cuento por varias decenas las cosas que no hice bien con
Ángel o que podría haber hecho mucho mejor. De vez en cuando hablo
con él de ello, le intento explicar que los padres somos humanos,
que no lo sabemos todo y que como cualquiera nos podemos equivocar.
No sé si a él le convence esta explicación pero es la realidad.
Cuando vamos a convertirnos en padres no sabemos de la misa la mitad
a cerca de lo que es un niño y lo que implica la paternidad, no
suele haber a nuestro alrededor quien nos sepa orientar y aunque lo
haya, estamos demasiado verdes y en la inopia como para escuchar
atentamente lo que nos cuentan e interiorizarlo. Luego, con el niño
en brazos, nos encontramos con una realidad muy distinta a la que
imaginábamos y salimos del paso como podemos, a base de prueba y
error.
Resumiendo mucho estas
son las cosas que hice con mi primer hijo que no hice con el segundo
o al revés. En primer lugar durante el embarazo de Ángel fui a
clases de preparación al parto, pero no estaba nada preparada
para el parto. Con Jesús pasé de las clases y me forme por mi
cuenta, leyendo mucho y participando en las listas abiertas de El Parto es Nuestro. La diferencia entre ambos partos fue abismal, el
primero hospitalario, intervenido y traumático, el segundo
domiciliario, respetado y bonito de recordar. Tras el nacimiento de
Ángel me quedé rota física y emocionalmente, tras nacer Jesús
estaba fuerte y radiante.
Las dificultades que
atravesamos Ángel y yo durante sus primeros días de vida dieron al
traste con la lactancia materna, todo se nos puso muy difícil y yo
no tenía conocimientos, apoyos, ni fuerzas para salvarla. Con Jesús
también tuve algún que otro contratiempo pero conseguimos superarlo
a base de constancia y fuerza de voluntad. La información y la
ayuda y consejos de otras mujeres-madre fue la clave, lo que
marcó la diferencia entre una experiencia y otra.
Respecto a la crianza,
está claro que yo entré en la maternidad dentro de Matrix. No tenía
ni idea de lo que necesitan y piden los niños y me chocaron muchas
cosas: ¿no se supone que los bebés duermen durante todo el día?
¿por qué entonces el mío se pasa todo el día llorando? ¿por qué
parece profundamente dormido pero se despierta automáticamente
cuando lo dejo en la cuna? ¿por qué no puedo ir ni siquiera a hacer
pis con un poco de tranquilidad? No, no estaba preparada para cuidar
a un recién nacido y me pasaba el día agobiada, pensando que tenía
un niño muy demandante cuando era en realidad un niño normal que
me necesitaba a su lado todo el día, como lo necesitan todos, nada
más.
Con Ángel compré una
cuna que si utilizó, aunque la mayor parte de los días terminaba
dormido encima de su padre o en la cama con él. No conocía el mundo
del porteo así que nunca lo portee, aunque me habría sido muy
difícil hacerlo porque era un niño excesivamente grande y pesado.
Seguí al pié de la letra las indicaciones del pediatra a cerca de
su alimentación, le alimentaba a base de purés caseros, potitos,
cereales y leche en polvo. Nos gastamos una fortuna en esa época en
la farmacia, a parte de en alimentación también en medicinas pues
Ángel fue a la guardería desde los 5 meses y se ponía malo cada
dos por tres. En ningún momento se me pasó por la cabeza la
posibilidad de pedir una excedencia. No lo llevaba demasiado en
brazos pues habían calado en mí los consejos y advertencias que me
hacía todo el mundo a mi alrededor sobre que se mal-acostumbraría a
ello. Le bañábamos todos los días hiciera frío o calor, estuviera
sucio o no.
La crianza de cada uno no
ha podido ser más diferente, mi disposición hacia Ángel no era buena, mi respuesta a sus reclamos no fue empática y en parte
debido a ello puedan explicarse las diferencias en las formas de ser
de cada uno. En contra de lo que vaticinaban algunos, Jesús es un
niño muy independiente, cariñoso y mucho más maduro que su hermano
en algunas ocasiones. La relación que tengo con Jesús es mucho más
cercana y profunda que la que tengo con Ángel, sin duda tiene mucho
que ver la forma en que me relacioné con él durante los primeros
años de su vida.
La crianza de mi segundo
hijo fue mucho más consciente y satisfactoria que la del primero. A
pesar de que recayó en mi casi todo el peso de su cuidado, tanto de
día como de noche, debido a que le daba el pecho mientras mi marido
se encargaba de Ángel y todo lo demás, sin embargo no estuve tan
agobiada como la vez anterior. Sabía lo que necesitaba mi hijo, me
sentía necesaria y capaz aunque en ocasiones estuviera agotada por
la falta de sueño.
No se si en mi segunda
maternidad he llevado a cabo o no una crianza con apego, lo que tengo
claro es que ha sido una crianza mucho más relajada, en la que no
estaba en continua lucha contra los deseos de mi bebé, si no que los
escuchaba y trataba de satisfacer sus necesidades de la mejor manera
que sabía. Ha sido también una crianza en la que hemos prescindido
de muchos productos y artículos que se asocian indefectiblemente ala maternidad y los bebés, por lo que ha resultado menos costosa
económicamente. Como suele decirse ha sido una experiencia: buena,
bonita y barata, ¿qué más no se puede pedir? Está claro que si
volviese a ser madre repetiría el patrón que seguí con Jesús.
Sólo espero que Ángel pueda llegar a perdonarme por no haber sabido
atenderle mejor, con más flexibilidad y cariño, habiendo escuchado
más a mi instinto, a mi corazón, y menos a lo que dice la
generalidad de la sociedad actual que hay que hacer o no con un bebé.
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