martes, 24 de febrero de 2015

¿POR QUÉ TENEMOS HIJOS?

Nos han hecho creer que cuando decidimos tener hijos es siempre “por amor”. Mario Sebastiani pone en duda este lugar común y asegura que, detrás de esa frase repetida hasta el cansancio, se esconden realidades diferentes: “se me pasa el cuarto de hora”, “fue un accidente”, “hasta no tener el varón mi marido no para”, “pierdo a mi pareja”, “me corre el reloj biológico”, “no quiero quedarme sola”… ¿Por qué tenemos hijos? propone un recorrido por la historia, los prejuicios y mandatos sociales que nos permite reflexionar y resignificar nuestras decisiones para que la paternidad y la maternidad, lejos de una imposición, sean algo deseado y elegido. 
Esta es la reseña del libro ¿Por qué tenemos hijos? de la editorial Paidós. Juro que cuando escribí esta entrada no tenía ni idea de que este libro existía. No me lo he leído todavía pero siento mucha curiosidad por hacerlo.

La realidad es que muchas veces nos encontramos con un hijo en brazos y nos preguntamos (más aún cuando lleva un par de horas llorando sin parar sin saber porque) ¿Quién me mandó a mi tener un hijo? Y resulta que no encontramos una respuesta o la respuesta que encontramos no es muy ortodoxa. El acto de convertirnos en padres es en muchas ocasiones irreflexivo y quizá sea mejor así, porque puede que de habernos parado a pensar habríamos decidido prescindir de la descendencia.

Esto es lo que escribí hace tiempo sobre este asunto, quizá tú que estás leyendo esto te sientas identificado con alguno de estos casos:

La reproducción busca la perpetuación de la especie, que los genes no se extingan. Esto es así en todos los seres vivos. Pero la cosa se complica en el caso de los seres humanos. En los demás mamíferos, este instinto de supervivencia, les suele llevar a tener crías de manera automática y compulsiva a lo largo de toda su vida reproductiva. Nosotros sin embargo, llevados por nuestra racionalidad, intentamos controlar el cuanto y el cuando, e incluso a veces, elegimos no contribuir con nuestra aportación al relevo generacional.
Pero aunque queramos tener descendencia, el motivo para ello no es (al menos de manera consciente), el garantizar que el ser humano no desaparezca de la faz de la tierra. Son otros muchos, variados y a veces bizarros, los motivos que nos impulsan a tener bebés, y en cada familia, cada niño, puede venir al mundo por uno distinto de ellos. Desgrano a continuación unos cuantos:

- Se te está pasando el arroz. “¿Que haces rozando la treintena, sin responsabilidades y disfrutando de la vida con tu pareja? Ya te toca quedarte embarazada, maja.” Futuras Abuelas dixit. La presión social, familiar y cultural, han forzado más de un embarazo.

- Quieres tener un bebé. ¿A quién no le gustan los bebés? Son adorables y están diseñados para que se nos caiga la baba con ellos. Pero los bebés crecen…

- Te gustan los niños. Aunque, es curioso, pues las personas más “niñeras” que conozco, suelen ser personas sin hijos, y sin intención alguna de tenerlos. Ya se sabe que “están bien para un rato, pero luego…”.

- Darle sentido a tu vida. Los niños nos cambian la vida, se convierten en nuestro motor, en lo más importante para nosotros, pero personalmente opino que nuestra vida ha de tener un sentido antes y después de ellos, pues no es sano ni justo, cargarles a ellos con esa responsabilidad.

- Salvar tu relación de pareja. Muchas veces se escucha eso de que los niños unen a las parejas… Yo si tuviese que votar por algo, lo haría justo por lo contrario. La crianza pone de manifiesto muchas desavenencias que quedaban ocultas en la plácida vida de la pareja antes del niño. Su llegada pone las cartas boca arriba y supone una dura prueba para la convivencia que muchos no logran superar.

- Tener la parejita. Sobre todo si ya se tiene un niño, pues es de todos sabido que para las niñas hay ropa más mona y variada.

- Tener familia numerosa. Tienes 7 hermanos y quieres tener 7 hijos y rememorar así las peleas por el papel de vater gastado y no repuesto, la ropa prestada que nunca se devuelve y los juguetes que misteriosamente aparecen rotos.

- Para dar amor y/o recibirlo.  Si la relación con nuestros hijos es estrecha e intima (no siempre es así), el cariño fluirá a raudales en nuestra casa. Y reconozcámoslo, no sólo nos gusta darlo, sino también recibirlo.

- Eres una parto-adicta. Tuviste un mal parto y quieres tener uno bueno. Disfrutaste de tu parto y quieres repetir la experiencia. Vives rodeada de embarazadas y cada parto que ocurre a tu alrededor lo vives como tuyo propio y te pica el gusanillo por volver a parir.

- Volver a dar pecho. Eres una oxytocin-yonkie, pues la teta engancha, y no sólo es un vicio para los bebés. Has dado el pecho y conoces sus beneficios sobre tu propio bienestar físico y emocional, por lo que quieres volver a disfrutar de la lactancia.

- Quieres que tu apellido y el legado de tu familia perviva en el tiempo. Estás podrido de dinero y eres muy pijo, puedes permitirte tener una camada grande, a quienes apenas ves pues dejas al cuidado de un ejército de nanies, pero a quienes dejarás tu enorme herencia.

- Para que te cuiden de vieja. En muchos países, la supervivencia de la familia depende en gran medida del tamaño de su descendencia. Pero no hay que irse tampoco muy lejos, ni en el espacio, ni el tiempo, para encontrarnos con niños que ya desde antes de nacer tienen una función predeterminada en su familia.

- Tú no querías, pero… Vamos, el famoso penalti, de toda la vida.


¿Tienes hijos? ¿Cuál fue tu caso?

Quizá esta sea una buena explicación de porque tenemos hijos...



No hay comentarios:

Publicar un comentario