Dicen que no se respeta
a las madres que optan por dar biberón o por no prolongar durante mucho tiempo
la lactancia materna. Me pregunto a quién se refieren, quienes son aquellas
personas irrespetuosas y en qué consiste esa falta de respeto.
Antes de escribir sobre este tema he acudido a la Real Academia de la Lengua para ver
cuál es la definición exacta de respeto. Siempre que he realizado este ejercicio
me he encontrado con que las definiciones no siempre son claras de entrada pues
llevan a otros conceptos que hay que analizar a su vez. Resumiendo, según la
RAE, respeto o respetar puede significar desde veneración y acatamiento hasta miramiento,
deferencia y consideración.
Yo aprecio una
diferencia muy sustanciosa entre unas y otras acepciones. La primera hace
referencia a una obediencia prácticamente ciega falta de reflexión. Este sería
el respeto que tradicionalmente se nos ha inculcado que “debemos” tener hacia
nuestros padres: sean como sean y nos hagan lo que nos hagan. No estoy en
absoluto de acuerdo con este “tipo” de respeto. No puedo venerar o acatar algo con lo que no estoy de acuerdo. Sea lo
que sea.
Me gusta más la otra
acepción que incluye la acción de considerar. Según el diccionario considerar
es:
1. Pensar,
meditar, reflexionar algo con atención y cuidado.
2. Tratar a alguien con urbanidad o
respeto.
3. Juzgar, estimar.
Esta acepción incluye
el verbo juzgar, algo que curiosamente suele considerarse una falta de respeto.
El matiz está en que al considerar algo
lo hagamos tras reflexionar en ello, no a la ligera, y sepamos exponer nuestras
conclusiones con cuidado para no herir a nadie.
Para mi respetar es no sobrepasar
los límites de la libertad de la otra persona, no imponer una manera de pensar
y actuar. Pero respetar no implica
callar y otorgar, el respeto es un camino de doble dirección en el que cabe
la libertad de expresión siempre que no se trate de obligar a nada ni se
inflija daño conscientemente y adrede a la otra persona con nuestros
comentarios. Se trata de ser responsable y coherente a la hora de relacionarte con los demás, sin caer en la manipulación.
El problema en la lactancia es que
aunque la sociedad trate de restarle valor, considerándola únicamente una
manera de alimentar al bebé, es mucho más que eso. Aunque no demos pecho, aunque
no seamos conscientes de ello, la lactancia nos importa a todas, porque la
lactancia es importante y lo sabemos. No lo sabemos porque lo digan las
autoridades sanitarias, ni porque insistan en ello los grupos de apoyo a la
lactancia, lo sentimos en nuestro
interior. Por eso este es un tema
tan delicado. Por eso las mujeres nos sentimos atacadas aunque no se nos ataque, malinterpretando lo que se nos dice.
Personalmente no creo haber faltado
nunca al respeto a una madre por optar por dar el biberón en lugar del pecho.
Nunca he calificado ni descalificado a nadie por sus decisiones. Pero al igual
que esas mujeres tienen derecho a elegir yo también tengo derecho a expresar mi opinión y decir que no comparto esa
elección porque no la considero la más adecuada. Eso no es faltar al
respeto a nadie.
Hace tiempo escribí una entrada en
el blog de El Parto es Nuestro, llamada “Presionadas para amamantar”. A día de
hoy sigo pensando lo mismo que escribí entonces. No dudo que las mujeres que
dan biberón se enfrenten a comentarios desagradables sobre su forma de
alimentar a su bebé. Por desgracia todas las madres somos blanco de ese tipo de
comentarios, hagamos lo que qué hagamos. Pero creo que la presión que
soportamos quienes damos el pecho es infinitamente mayor que la que pueden
sentir las otras madres. No se ven casos de mujeres que hayan sido echadas de
restaurantes, tiendas o museos por dar un biberón a sus hijos en público. El
biberón se acepta mejor que la teta, eso es indudable.
Yo he vivido las dos experiencias y
recuerdo un par de comentarios que me hicieron sentir muy mal en el primer caso
en el que no di pecho. Fueron comentarios desafortunados de personas que no me
conocían, que no sabían lo mal que lo había pasado y lo que me había costado
tomar la decisión de dejar el pecho. Pero ahí quedó todo. Luego empecé a
frecuentar ambientes donde abundaban madres amamantadoras y jamás, jamás, esas
madres me hicieron sentir mal por no ser “una de ellas”.
Sin embargo durante los cuatro años
y medio que he dado el pecho sí que he sentido muchas veces como me han mirado
los demás como si fuéramos unos bichos raros, y no me han dicho demasiadas
cosas porque me han visto fuerte y segura de mi misma, capaz de responderles
con firmeza, lo que no quita que hayan pensado mil barbaridades que no han
verbalizado. Mi suegro siempre que nos veía me preguntaba si el niño seguía
tomando teta, con la esperanza de que ya no fuera así. Hasta que no le dije que
se había acabado no respiró tranquilo…
Yo, desde este blog voy a seguir
cantando las excelencias de la lactancia materna, porque creo que objetivamente es lo mejor,- así lo refrendan las
recomendaciones de las autoridades sanitarias -, porque la he vivido y he disfrutado mucho con ella y me parece
una pena que las madres y los bebés se pierdan esta experiencia. Mi
intención no es hacer sentir mal a nadie por elegir otra cosa, es contribuir a que se sepa en qué consiste de
verdad la lactancia materna y ayudar en la medida de mis posibilidades a que quienes
deseen amamantar lo logren.
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