Pozuelo, Madrid. 12:45 más o
menos. Estamos en una terraza casi a punto de acabarnos nuestro aperitivo. Puede
que sea pronto para eso, pero resulta que ya llevamos más de 4 horas
levantados... De repente empiezan a llegar hordas de gente. Acaba de terminar
la misa de 12. Familias divinas salen de la Iglesia y se aproximan a nosotros
para tomar también un piscolabis. Madres vestidas a la moda, bien peinadas y
maquilladas. Niños monísimos con su traje de domingo. Esta claro que nosotros
desentonamos allí. Vamos de sport, con la ropa pelín arrugada y ojeras por el
madrugón, que no he tenido a bien disimular con corrector.
De repente, me da por pensar en
que esos niños que acaban de llegar al restaurante, han estado mas de 30 minutos
en una iglesia. Hemos de suponer que quietos y callados, o lo que es lo mismo,
portándose bien, según lo que la mayoría de la gente llama "portarse bien".
Y no puedo imaginar a los míos en esa situación. ¿Prestar ellos atención a algo
que no sean dibujos animados? ¿Levantándose, sentándose o arrodillándose a la
orden del cura de turno? ¿Ellos, que su deporte favorito es la “desobediencia
civil”? ¿Estar tanto tiempo sin correr y sin pegarse? Probablemente a los cinco
minutos de estar allí, empezarían a retorcerse, y a echar espuma por la boca, como
si tuvieran al mismo demonio dentro.
Y claro, me pregunto ¿esos padres
cómo lo harán? ¿Les amenazarán o chantajearan con, por ejemplo, privarles del
delicioso aperitivo de después? ¿Se habrán simplemente acostumbrado, o
resignado a su suerte? ¿Se abstraerán, entrando en un trance del que salen al
abandonar el templo? Yo también estuve en
su lugar, pero no recuerdo qué mecanismo utilizaba para aguantar todo el oficio
religioso sin colapsar.
Supongo que dependerá también del
carácter de cada niño y la educación que se le brinde. Pero creo
que ese tiempo, por corto que sea, y aunque solo se produzca una vez a la
semana -en el mejor de los casos-, es objetivamente, demasiado para un niño pequeño, que
además no debe estar enterándose de nada de lo que ocurre a su alrededor, qué
significa, ni qué objetivo tiene.
Es en momentos como este, tras
hacer esta reflexión, que me alegro de no llevar a mis hijos a un colegio
religioso.
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