Niños ferales son aquellos que a temprana edad se pierden y sobreviven en el medio natural y terminan adoptando maneras más propias de los animales que de los seres humanos. Para entendernos, Tarzán sería un caso de niño feral. Son niños incapaces de volver a vivir entre humanos, respetando nuestras costumbres. Que sufren enclaustrados entre las cuatro paredes de una casa y ansían libertad para correr por la naturaleza y seguir sus instintos. Que no saben hablar porque no han tenido de quién aprender ni con quién conversar. Que comen con las manos pues no saben utilizar los cubiertos.Que hacen sus necesidades dónde y cuándo les viene en gana, sin utilizar el vater por supuesto. Son niños que saltan y gritan. Podríamos decir que no tienen modales, son niños “incivilizados”, sin educar.
Por momentos, nuestros niños parecen niños ferales.
Disfrutan corriendo y jugando y son todavía muy pequeños para comprender lo que son las normas. No entienden que significa “molestar a los demás” o “aquí no se puede”.
Ellos viven el ahora y no son capaces de anticipar las consecuencias de sus actos.
Hacen lo que les pide el cuerpo, que es experimentar y disfrutar de la vida.
En realidad, si el mundo contemplase las necesidades de la infancia, y no lo construyéramos exclusivamente para los adultos, nos daríamos cuenta de que en esencia todos los niños (no sólo los míos), son niños ferales y que no tiene nada de malo serlo. La feralidad es una etapa necesaria para el desarrollo de la persona, debemos respetar el tiempo feral y no limitar tanto la expresividad infantil, esperando que se comporten como adultos cuando todavía no lo son.
Los niños molestan porque son niños y se comportan como tal. No podemos esperar que se estén quietos y calladitos todo el rato, porque les es físicamente imposible hacerlo.
Y si, señores, los niños existen y tienen derecho a tener una vida social, conocer lugares, ver cosas. Aunque a veces se comporten como animalillos, no son perros que podamos dejar atados con una correa a la puerta, mientras los padres entramos en un sitio.
Hacen ruido, se les caen y rompen cosas, se ensucian y ensucian, corren y empujan,… pero no lo hacen para fastidiarnos, si no porque están aprendiendo a vivir, tienen mucha energía que gastar, poca maña y mucha mala suerte.
No creo que ahora los padres no sepamos educar o seamos más permisivos con ellos y se nos suban a la chepa. Creo que tenemos un mayor contacto con nuestros hijos, que existe una mayor confianza, y ellos se sienten más libres de hacer lo que quieren sin temor a perder nuestro cariño. Esto no quiere decir que no tengamos que decirles nunca nada, que no debamos ir enseñándoles determinadas cosas, pero deberíamos hacerlo sin olvidarnos de que siguen siendo niños y rebajar nuestras expectativas.
Es habitual escuchar a padres decir: “es que no me hace caso” y me pregunto si no será “antinatural” esperar que nos hagan ese caso. A lo mejor, a determinadas edades, no es que no quieran sino que no son capaces de “obedecer”. Tarde o temprano terminan asumiendo las normas de funcionamiento de la sociedad, pero no por imposición sino por imitación. De forma gradual, la feralidad va disminuyendo y deja al descubierto lo que siempre fueron: unas personas pequeñas.
Por momentos, nuestros niños parecen niños ferales.
Disfrutan corriendo y jugando y son todavía muy pequeños para comprender lo que son las normas. No entienden que significa “molestar a los demás” o “aquí no se puede”.
Ellos viven el ahora y no son capaces de anticipar las consecuencias de sus actos.
Hacen lo que les pide el cuerpo, que es experimentar y disfrutar de la vida.
En realidad, si el mundo contemplase las necesidades de la infancia, y no lo construyéramos exclusivamente para los adultos, nos daríamos cuenta de que en esencia todos los niños (no sólo los míos), son niños ferales y que no tiene nada de malo serlo. La feralidad es una etapa necesaria para el desarrollo de la persona, debemos respetar el tiempo feral y no limitar tanto la expresividad infantil, esperando que se comporten como adultos cuando todavía no lo son.
Los niños molestan porque son niños y se comportan como tal. No podemos esperar que se estén quietos y calladitos todo el rato, porque les es físicamente imposible hacerlo.
Y si, señores, los niños existen y tienen derecho a tener una vida social, conocer lugares, ver cosas. Aunque a veces se comporten como animalillos, no son perros que podamos dejar atados con una correa a la puerta, mientras los padres entramos en un sitio.
Hacen ruido, se les caen y rompen cosas, se ensucian y ensucian, corren y empujan,… pero no lo hacen para fastidiarnos, si no porque están aprendiendo a vivir, tienen mucha energía que gastar, poca maña y mucha mala suerte.
No creo que ahora los padres no sepamos educar o seamos más permisivos con ellos y se nos suban a la chepa. Creo que tenemos un mayor contacto con nuestros hijos, que existe una mayor confianza, y ellos se sienten más libres de hacer lo que quieren sin temor a perder nuestro cariño. Esto no quiere decir que no tengamos que decirles nunca nada, que no debamos ir enseñándoles determinadas cosas, pero deberíamos hacerlo sin olvidarnos de que siguen siendo niños y rebajar nuestras expectativas.
Es habitual escuchar a padres decir: “es que no me hace caso” y me pregunto si no será “antinatural” esperar que nos hagan ese caso. A lo mejor, a determinadas edades, no es que no quieran sino que no son capaces de “obedecer”. Tarde o temprano terminan asumiendo las normas de funcionamiento de la sociedad, pero no por imposición sino por imitación. De forma gradual, la feralidad va disminuyendo y deja al descubierto lo que siempre fueron: unas personas pequeñas.
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