Ayer en el bar de la piscina me pedí una coca-cola con muchos hielos y me la tome junto a tres de esas banderillas picantonas, mientras mantenía una interesante conversación por teléfono con una amiga. Después del último y corto pero refrescante baño me dirigí al vestuario para darme una ducha. Me lave el pelo, me puse acondicionador y me embadurné de crema hidratante. Cuando salí de allí me compré un helado (no voy a decir cuál para no hacer más publicidad) y me lo tomé tranquilamente dando un relajante paseo camino a casa…
Esta puede ser la rutina de muchas personas que están de vacaciones. No ocurre nada especial, puede incluso resultar aburrida para algunos.
Os preguntareis por qué os cuento todo esto, sobre todo teniendo en cuenta que no menciono nada relacionado con niños… Y es que lo especial es que mis niños no estaban. Porque de haber estado, el panorama habría sido muy diferente. Más o menos como sigue:
No podría haberme pedido un refresco de cola, porque ellos también habrían querido tomarlo, por lo que tendría que haber tomado un zumito como ellos o más exactamente las sobras de los suyos…
No habría probado las banderillas pues probablemente se las habrían zampado ellos.
La conversación telefónica habría sido bastante más corta pues seguro que alguno tenía algún accidente y se raspaba la rodilla (la misma por décimo octava vez) o empezaban a pelearse por la misma chapa que habrían encontrado en el suelo.
Para bañarme tendría que consultar la agenda de baño de mis peques, pues si a ellos no les apetece bañarse yo tampoco podría hacerlo.
La ducha habría sido bastante más rápida y menos tonificante, porque si me tomo tiempo empiezan a aburrirse y a perder el control de sus actos.
Con el helado habría pasado algo similar a lo del refresco. Probablemente les gustaría más el mío y terminarían quitándomelo y obligándome a comerme el suyo todo mordisqueado y medio derretido, mientras les persigo blandiendo amenazadoramente una ristra interminable de toallitas húmedas con las que intento arreglar un poco el desaguisado en sus ropas, caras y manos.
El paseo comenzaría con un intento infructuoso por sentar al pequeño en el carro quien tras andar 100 metros se cansaría y querría brazos…
Este es más o menos el día a día de muchas mamás en verano.
¡ Vivan las vacaciones con niños pequeños! ; )
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