sábado, 23 de julio de 2016

ASUMIR QUE LOS NIÑOS LLORAN

Que los niños lloran es obvio. Lo que no resulta tan fácil es asumir este hecho, por dos motivos: uno, porque no terminamos de entender por qué lo hacen, y dos porque estamos diseñados para que el llanto nos moleste, nos irrite, o como queramos definir la sensación que nos produce, y por ello nos gustaría eliminarlo.


Si los niños no llorasen la maternidad/paternidad sería menos estresante, pero si dejaran de hacerlo nos extinguiríamos como especie. El llanto tiene una función determinada que es la de la comunicación. Los bebés no saben hablar, no pueden hacerlo todavía, ergo lloran. Lo hacen para transmitirnos todo lo que les pasa. Si tienen hambre, lloran. Si están incómodos, lloran. Si tienen miedo, lloran. Si, quieren compañía, lloran, etc...



Permanecer impasible ante el llanto, ya sea de nuestro propio bebé o de uno ajeno es bastante difícil. El llanto nos afecta, la biología se ha encargado de que esto sea así para que dicho llanto no quede sin respuesta y les demos a los bebés lo que necesitan y piden a gritos, las tres "C" primarias: comida, calor y cuidado.



Biología aparte, la cultura en la que estamos inmersos y nuestra experiencia personal también influyen en cómo reaccionamos o cómo creemos que debemos reaccionar ante el llanto infantil. Frases como: “déjale llorar que es bueno para los pulmones” interfieren en nuestro instinto, condicionando nuestra respuesta ante el llanto de nuestro hijo. Si de pequeños nos regañaban por llorar diciendo que teníamos que ser fuertes, puede que reproduzcamos con nuestros hijos este patrón, exigiéndoles a ellos que repriman sus emociones como nos obligaron antes a hacerlo a nosotros. Personalmente yo llevo peor el llanto por enfado que el de tristeza. Cuando mis hijos lloran porque están tristes, acudo presta a consolarles, pero cuando lo hacen de rabia, siento rechazo en lugar de compasión. Esta es una actitud aprendida contra la que lucho, muy común en esta sociedad que tiende a condenar los sentimientos considerados “negativos”.



¿Cómo hay que reaccionar entonces al llanto infantil? 


El llanto debe ser atendido siempre. Desde mi punto de vista esa atención implica dos cosas:
  1. Averiguar el motivo del llanto.
  2. Ayudar al niño en la medida de nuestras posibilidades.

La edad del niño es fundamental a la hora de abordar este asunto.


En contra de lo que algunos proclaman, los bebés NO nos MANIPULAN, no tienen todavía la capacidad mental para hacerlo. Los motivos por los que un bebé llora son básicos para su supervivencia y su normal desarrollo por eso SIEMPRE hay que prestar atención a un BEBÉ que llora, pues depende completamente de nosotros para satisfacer sus necesidades. 


Lo ideal sería que un bebé no tuviera nunca motivos para llorar, pero es muy difícil atender con diligencia todas y cada una de las necesidades de un bebé a tiempo para evitar que llore, así que por mucho que nos esforcemos en su cuidado, nuestro bebé llorara en algún momento.

Un bebé que llora es un bebé normal, un bebé que se comunica con sus cuidadores, y eso está bien, pues significa que tiene confianza en ellos. Sin embargo, un bebé que llora todo el tiempo es un bebé que tiene necesidades insatisfechas o un problema de salud que no hemos detectado. Un bebé que no llora nunca es raro de encontrar. Los bebés pueden dejar de llorar si ven que no sirve de nada hacerlo, pues no damos respuesta a sus demandas. En ese caso no estaríamos ante un bebé “bueno” si no ante un bebé resignado.

Pero a medida que los niños crecen, los motivos para llorar se multiplican y se vuelven más “complejos”. Los niños confunden querencia con necesidad y empiezan a llorar por sentimientos como la ira o la frustración ante acontecimientos no apremiantes.


Debemos siempre CONOCER el MOTIVO del llanto para después ACTUAR en consecuencia. Pero a veces, no está en nuestra mano poder solucionar el “problema” que origina el llanto. Por ejemplo, un niño que gatea y se mete todo en la boca, puede obsesionarse por llegar hasta el felpudo para chuparlo con fruición. Si le apartamos y no le dejamos hacerlo, se molestará y nos hará ver su enfado llorando. Pero por mucho que nos apene que llore está claro que no podemos permitirle que siga disfrutando de su peculiar manjar.

Un niño puede llorar porque ha perdido o roto un juguete. Podemos intentar encontrarlo o arreglarlo y podemos o no lograrlo. Si no logramos resolver el problema, solo nos queda intentar consolar al niño. A veces se tiene éxito y al niño se le pasa el disgusto. Otras veces no podemos si no esperar pacientemente a que escampe y pase el chaparrón. Porque aunque en esos momentos nos parezca imposible, en algún momento dejará de llorar.

Circulan por internet fotos de niños llorando por las cosas más bizarras, cosas en las que los padres no tenemos arte ni parte, que no podemos evitar ni solucionar. Otras veces, los padres podríamos acabar fácilmente con el llanto, cediendo ante peticiones nada razonables. Un niño puede tomarse muy mal nuestra negativa a comprarle un segundo helado o una chuchería antes de comer, pero claudicar solo para evitar sus gritos es “pan para hoy y hambre para mañana”. Si el niño habla y entiende hay que explicarle el porqué de nuestra decisión. Probablemente le darán igual nuestras razones y seguirá llorando. Tranquilos, se le pasará. 

Asumamos que los niños lloran. 

Si ya no es un bebé y no es por algo vital, 

permítele que llore,

permitete que llore.

Nos afecta oírle, si.

Pero somos fuertes, podemos soportarlo. 



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