En un breve espacio de tiempo he presenciado como distintas señoras de avanzada edad llamaban por la calle a otras mujeres a las que no conocían de nada, malas madres. Sin conocer a la mujer, a los niños, ni las circunstancias en las que se encontraban. El único denominador común era que en todos los casos las criaturas estaban llorando en ese momento.
Habrá quién dirá que no hay porque molestarse por lo que diga una desconocida sobre nosotras y nuestra maternidad, que no hay que hacer caso de estos comentarios, pero yo no puedo evitar indignarme al ver como las madres somos siempre el blanco de las críticas de unos y otros. Todo el mundo tiene una opinión, fundada o no, de cómo tenemos que actuar las madres y no dudan en meterse donde no los llaman y calificarnos de esto o de lo otro y ya de paso vaticinar las terribles consecuencias que traerán consigo esos actos para la formación y felicidad de nuestros vástagos y sus repercusiones sobre el resto de la sociedad.
Me llama la atención además que quienes critican, sean muchas veces mujeres, abuelas que a su vez son madres y que tuvieron que vivir situaciones similares hace años con sus propios hijos. Si se les da la ocasión, y a veces aunque no se les dé, te cuentan que sus hijos estaban mejor educados que los tuyos y que nunca se comportaron de una manera tan inadecuada. Y claro, la culpa siempre es de las madres que no sabemos lo que hacemos y lo hacemos todo mal. No tengo claro si el paso del tiempo ha borrado o distorsionado sus recuerdos o si directamente mienten para darse importancia. También puede ser que sus niños estuviesen tan sometidos y frustrados que se comportasen como setas en lugar de como personas pequeñas.
Los niños lloran, unos más y otros menos, los motivos son variados y a veces ni siquiera existe un motivo evidente para que lo hagan. Los padres podemos intentar consolarlos, pero a veces el llanto no cesa todo lo rápido que nos gustaría. Los primeros que queremos ver felices a nuestros hijos somos sus padres pero no siempre podemos evitarles todos los disgustos. Los niños son muy emocionales y es bueno que expresen esas emociones, tanto positivas como negativas, aunque se muestren ruidosos y puedan llegar a ser molestos a oídos de los adultos. Los padres sufrimos por partida doble, primero por ver sufrir a nuestros hijos y no disponer de herramientas para haber evitado esa situación o solucionarla, y también porque tememos molestar a quienes tenemos a nuestro alrededor, quienes clavan en nosotros miradas reprobatorias. Oír en estas circunstancias como nos acusan de malos padres, es como recibir un puñetazo en el estómago.
Me gustaría que esas personas fuesen más empáticas tanto con nosotros como con los pequeños, que mostrasen más respeto y educación, y que si siguen teniendo esa opinión, se guarden sus comentarios o los hagan cuando no tengamos la posibilidad de oírles.
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