Cuando me quedé embarazada de Jesús empecé a hacer cosas “raras”.
En primer lugar, no quise “ver” su sexo en las ecografías, aunque yo tenía claro que iba a tener de nuevo un niño. La gente se sorprendía cuando lo contaba. Algunos incluso creyeron que estaba mintiendo, que sabía el sexo pero no quería compartir con ellos esa información…
Me dediqué todo el embarazo a buscar un lugar decente para parir, con la incomprensión de quienes pensaban que para qué armaba tanto follón: “con lo bien que se da a luz en el hospital de aquí al lado”…
Para colmo ¡terminé dando a luz en casa! ¡Pongámonos a correr despavoridos en todas direcciones, gritando y enarbolando horcas y antorchas encendidas!
Encima, ¡echémonos todos las manos a la cabeza!, he dormido desde el primer día con mi bebé a mi lado y continúo haciéndolo. Esto puede que sea inhabitual en este país y en esta época, pero no es extraño en otros lugares y culturas, y ha sido la práctica más corriente a lo largo de la historia de la humanidad. Puede que sea incómodo en determinados momentos (sobre todo para los adultos, que no para los niños) pero en ningún caso es perjudicial o, como dicen algunos mojigatos, "pecaminoso".
Y la guinda del pastel es que, con 22 meses, Jesús sigue mamando: ¡con lo grande que es!, ¡ése lo que tiene es vicio!
Esta claro que la “normalidad” que veo a mí alrededor no me convence:
Niños que no nacen, sino que son arrancados por médicos de sus madres.
Niños que lloran en habitaciones alejadas para acostumbrarse a dormir solos.
Niños que buscan el calor de un pezón y solo encuentran una fría tetina de plástico.
Niños obligados a estar quietos y callados para no molestar, dejando de esta manera de ser niños.
En primer lugar, no quise “ver” su sexo en las ecografías, aunque yo tenía claro que iba a tener de nuevo un niño. La gente se sorprendía cuando lo contaba. Algunos incluso creyeron que estaba mintiendo, que sabía el sexo pero no quería compartir con ellos esa información…
Me dediqué todo el embarazo a buscar un lugar decente para parir, con la incomprensión de quienes pensaban que para qué armaba tanto follón: “con lo bien que se da a luz en el hospital de aquí al lado”…
Para colmo ¡terminé dando a luz en casa! ¡Pongámonos a correr despavoridos en todas direcciones, gritando y enarbolando horcas y antorchas encendidas!
Encima, ¡echémonos todos las manos a la cabeza!, he dormido desde el primer día con mi bebé a mi lado y continúo haciéndolo. Esto puede que sea inhabitual en este país y en esta época, pero no es extraño en otros lugares y culturas, y ha sido la práctica más corriente a lo largo de la historia de la humanidad. Puede que sea incómodo en determinados momentos (sobre todo para los adultos, que no para los niños) pero en ningún caso es perjudicial o, como dicen algunos mojigatos, "pecaminoso".
Y la guinda del pastel es que, con 22 meses, Jesús sigue mamando: ¡con lo grande que es!, ¡ése lo que tiene es vicio!
Esta claro que la “normalidad” que veo a mí alrededor no me convence:
Niños que no nacen, sino que son arrancados por médicos de sus madres.
Niños que lloran en habitaciones alejadas para acostumbrarse a dormir solos.
Niños que buscan el calor de un pezón y solo encuentran una fría tetina de plástico.
Niños obligados a estar quietos y callados para no molestar, dejando de esta manera de ser niños.
Cuando tomé consciencia del sufrimiento que podía causar a mis hijos por seguir la corriente, por actuar por inercia, empecé a cuestionarlo todo y a tomar mis propias decisiones y terminé saliendome por la tangente.
Seguro que muchos calificarán mi manera de hacer las cosas de snobismo, provocación o incluso locura o irresponsabilidad. Yo lo que veo es que Jesús es un niño feliz y sano, con un fuerte carácter eso sí, pero muy cariñoso y sociable.
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