domingo, 15 de agosto de 2010

¡SIN MANGUITOS!

Ángel con 4 añitos


Le llamamos cariñosamente “el pequeño inspector de riesgos laborales”. Y es que Ángel siempre ha sido muy prudente, o miedoso según se mire. Si él no se sentía seguro no había manera de convencerle de hacer algo. Nunca ha sido demasiado aventurero o atrevido. 




De pequeño estuvo yendo con su padre a “matronatación”. Pasó el tiempo y se convirtió en el mayor del grupo e incluso estuvo una temporada de “ilegal”, pues ese tipo de clases solo se dan hasta los dos años y él estuvo hasta pasados los tres disfrutando del agua junto a su padre. 


El monitor insistía en que debía comenzar a ir a clases de natación él solo, pero nosotros sabíamos que no estaba preparado y que si le forzábamos lo iba a pasar mal (al igual que el resto de los niños que se pasaban las clases muertos de miedo y llorando…). 

Con cuatro años comenzó el verano utilizando un chaleco salvavidas, y llamaba la atención porque por su tamaño parece un niño mucho más mayor de lo que realmente es. Al poco pasó a los manguitos, pero se metía en la piscina bajando por las escaleras y ni loco metía la cabeza debajo del agua. Yo le decía que parecía una “viejuna” (con todos mis respetos a esas señoras que van a la piscina recién salidas de la peluquería y se disgustan cuando los niños las salpican…) y a él le hacía gracia que le llamase así. 

Con 6 añitos...

Un día intenté sobornarle para que saltara y funcionó, así que tuve que comprarle un chupa-chups de esos gigantes que venden en las tiendas del aeropuerto. En las vacaciones hice lo mismo para que se tirase por unos toboganes de agua. Se tiró y no fue necesario que cumpliese mi promesa, pues la mayor recompensa para él fue lo bien que se lo pasó tirándose por los susodichos toboganes. 


A la vuelta le expliqué que para aprender a nadar los niños suelen probar primero quitándose un manguito y después el otro. Lo probó y le encantó. Evidentemente todavía no sabía nadar, pero se mantenía a flote y buceaba bastante bien. Los manguitos sólo se los ponía cuando estaba solo en el agua porque ante todo es y siempre será un chico precavido.Y todo sin gastarnos dinero en ello y sobre todo sin obligarle en ningún momento. Durante el invierno siguiente empezamos a llevarle a natación para que aprendiese a nadar correctamente, más que nada por su seguridad y nuestra tranquilidad.

Creo que “mis pequeños empujoncitos” en forma de recompensa surtieron efecto porque él se sentía preparado para hacerlo, si no fuese así, aunque le hubiese prometido la luna no me habría hecho el menor caso. Y es que al final todo llega, sólo hay que esperar y respetar el carácter y los ritmos de cada niño. 

Eso si, también creo que es importante la constancia y la perseverancia para conseguir que los niños superen su miedo al agua. Hay que llevarles a la piscina desde bien pequeños (cuanto antes mejor) e insistir en que se bañen, con compañia y cariño pero sin desistir. Pues si a la primera que lloran, se quejan o te dicen que no, tiramos la toalla, nos condenamos todos a un verano en secano, y eso para mi no es un buen verano.

Ángel con 10 añazos!!!

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