Los queremos porque son nuestros
hijos, los hemos creado y probablemente se parecen en algo a nosotros. Los
queremos porque están hechos para ser queridos, protegidos y cuidados. Son
pequeños e indefensos. Para ellos lo somos todo, somos su mundo conocido y lo
que garantiza su supervivencia. Por eso están diseñados para despertar nuestra ternura;
tan pequeños, redonditos, blanditos y suaves. Con ese olor tan dulce. Tan
calentitos. Nos miran con esos ojos grandes y redondos de kilométricas
pestañas. Nos agarran con sus manos de diminutos dedos y aún más diminutas
uñas. ¿Cómo no vamos a morirnos de amor
por ellos?
Pero a pesar de ese amor, la
maternidad no siempre es fácil. Hay muchos factores que influyen en como nos
sentimos y como actuamos frente a nuestro bebé.
No nos comportaremos igual si
hemos recibido cariño y atención de niños, que si fuimos ignorados o en el peor
de los casos maltratados. Existe una tendencia clara a reproducir los patrones
de nuestra infancia de manera inconsciente. No siempre ocurre así, pero es
bueno tener presente que como padres, aunque seamos primerizos, no somos una tabula rasa. Somos más bien una pizarra
en la que hace mucho alguien escribió pero cuyos trazos no han sido del todo eliminados
por el borrador del paso del tiempo. Esos trazos son apenas perceptibles, pero están ahí.
También influye el hecho de estar,
o mas bien sentirse o no acompañada en la maternidad, tanto física como
emocionalmente. Si una mujer pasa la mayor parte del día y la noche a solas con
su bebé, el cansancio y el hastío puede apoderarse silenciosamente de ella.
Aunque nos ocupemos personalmente de nuestro bebé por decisión propia y nos
guste hacerlo, disfrutar de compañía y apoyo es fundamental para nuestro estado
de ánimo. Tener con quien charlar, sea o no de temas relacionados con el bebé,
alguien en quien confiar que nos tienda desinteresadamente su mano y sus
amorosos brazos para sostener al niño mientras nosotras simplemente gozamos de
una buena ducha caliente, es algo fundamental cuando se tiene un bebé.
Si perdemos la paciencia en un
momento determinado, conviene reflexionar a cerca del motivo que nos lleva a
perder los nervios. ¿Es objetivamente tan grave eso que ocurre para que
explotemos de esa manera? ¿Recordamos si nuestros padres perdían los papeles
con nosotros en similares circunstancias? ¿O es simplemente que estamos
cansadas y necesitamos desconectar, o recibir cariño, de ese mismo del que
nuestro bebé es ahora plenamente receptor?
No debemos olvidar nunca que esa
criatura que tenemos delante es siempre una criatura inocente pero sabia, que
sólo pide lo que necesita. Para que la convivencia con el nuevo miembro de la
familia sea más fácil, no hay mejor cosa que aprender de ella, seguir su
ejemplo y pedir ayuda, del tipo que sea, cuando sintamos que la necesitamos.
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