“La paciencia es la MADRE de la
ciencia”, o al menos eso dicen. Me planteo si la frase en realidad no será esta
otra: “La paciencia es la ciencia de la
MADRE”. Porque cuando se es madre, se gasta mucho de esa virtud o se
adquiere si antes no se poseía. No queda otra.
Existe además un gran
desequilibrio en las relaciones padres-hijos, pues mientras los padres debemos
de cultivar esta virtud, los niños carecen absolutamente de ella. Cuando un
bebé quiere comer, quiere comer ya. Cuando un niño quiere que lo cojan, quiere
que lo cojan ya. Cuando desean un juguete o cualquier otra cosa lo quieren como
suele decirse para ayer.
Como dije en mi post anterior,
los niños son muy monos y los queremos mucho, pero las cosas como son, hay cosas
que los caracterizan y que pueden sacarnos de nuestras casillas a los adultos. Unas
de ellas son lo que yo llamo “las tres
íes”: son impacientes, insistentes, e
inoportunos.
El ejemplo más claro es el de “el
pis”. Vas a salir a la calle, les avisas de que vamos a irnos y les sugieres
que si quieren ir al baño este es el momento oportuno. Te dicen que no tienen
ganas. Quizá es verdad o quizá están tan enfrascados en su mundo, en lo que
están haciendo en ese momento, que no les apetece dejarlo para ir al vater. Tú
repites la
sugerencia. Ellos la rechazan de nuevo o directamente te
ignoran. ¿Qué ocurre después? Pues que en el sitio y el momento más inoportuno
(probablemente estás en la cola del supermercado pagando o algo así) te dicen
que se hacen pis, e insisten en que no pueden esperar porque se lo hacen
encima… y tienes que dejarlo todo y salir corriendo en busca del baño en
cuestión. Da igual que refunfuñes, que digas que ya se lo advertiste, volverá a
ocurrir… Y no hablo de bebés que no controlen esfínteres, hablo de mozalbetes
que van camino de la
pubertad. Como éste podría citar miles de ejemplos.
¿Que podemos hacer los padres
ante este tipo de cosas? Nada. Asumirlas como habituales y ya está. Enfadarse
no hace más que provocar que todo el mundo pase un mal rato y no consigue
evitar que se produzcan.
Una de las lecciones que
aprendemos los padres más rápidamente es que es imposible tener el control absoluto de todo lo que pasa. Cada
miembro que se une a la familia añade inestabilidad al conjunto. Cada cual
tiene su personalidad y sus peculiaridades. Cada etapa tiene sus ritmos y sus
necesidades, diferentes a las de las demás. Cada cual tiene sus intereses, sus
deseos y sus expectativas que no tienen porque coincidir con las de los otros,
de hecho es bastante difícil que lo hagan. Combinar todo esto es
responsabilidad de los padres y puede ser una importante fuente de estrés.
Quizá una buena estrategia sea tomárselo con sentido del humor. Si nos ponemos siempre en lo peor, y no tenemos
expectativas demasiado altas, no nos sorprenderemos excesiva ni negativamente
cuando por ejemplo se les escape la caca y no tengamos ropa de repuesto o
derramen sin querer un vaso de zumo inmediatamente después de que hayamos
fregado la cocina, o se empeñen en comer justo el tipo de galletas que se han
terminado. Asumir con deportividad tanto nuestros fallos como los suyos hará la
vida de todos más ligera y fácil de llevar. Además, si eres paciente con tus
hijos, ellos aprenderán también a serlo, tanto contigo, como con el resto del
mundo y sin duda serán mucho más felices.
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