Ni tontas, ni locas, sería mi particular versión del taller de Irene García Perulero “Ni putas, ni princesas”. Y es que aunque mi blog es un blog de temática maternal, cada vez más siento la necesidad de escribir sobre feminismo, sobre esos derechos que todavía se nos niegan, sobre esos derechos que se nos siguen robando. Porque la maternidad es femenina y por tanto feminista y no se puede separar una cosa de la otra.
Siento la necesidad de escribir cómo creo que nos perciben a las mujeres muchas personas y como pueden, si tienen suerte con su manipulación, consciente o inconsciente, hacernos sentir. Hablo de personas, porque por desgracia esto es algo que hacen tanto hombres como otras mujeres, lo que tiene aún más pecado.
Y quiero hablar de esto a colación de la terrible noticia del juez que ha obligado a una mujer a someterse a una inducción, previa denuncia de su ginecóloga, y de cómo hay quien, lejos de escandalizarse ante tal atropello, lo justifica diciendo “sería por el bien del bebé”, porque “si el juez lo ha decidido será por algo”, etc. Como si la mujer en cuestión, como si todas, fuéramos tontas, como si estuviéramos locas y no fuéramos capaces de decidir por nosotras mismas adecuadamente. Este cuestionamiento tiene lugar solo porque somos mujeres. Planea sobre nuestro sexo un halo de desconfianza, cosa que no ocurre con los hombres y sus decisiones. Es una cuestión de machismo puro y duro.
Para el que todavía lo dude, se lo confirmo: las mujeres somos capaces de razonar y elegir la opción que creemos más conveniente cuando tenemos a nuestra disposición todos los datos y la información necesaria para analizar la situación.
Quien lo ponga en duda debería revisar sus creencias y sus planteamientos de vida a fondo.
Las madres en concreto tendemos además a ser conservadoras cuando se trata de proteger a nuestros hijos. Si de algo se nos puede tachar es de un exceso de celo. No tomamos decisiones a la ligera, porque nuestros hijos son lo más importante para nosotras. Me asombra cómo salen de debajo de las piedras los defensores de la integridad de este bebé, un bebé al que no conocen ni van a tratar en su vida, esgrimiendo una preocupación por el mismo supuestamente genuina y mayor incluso a la de la propia madre de la criatura. ¡Insensata! parecen decir, sin tener ni idea de lo que hablan, como si ese niño no fuera responsabilidad de su madre sino patrimonio de toda la humanidad.
Es increíble, como a estas alturas no nos han sustituido a todas por máquinas de procrear, con lo despreocupadas e irresponsables que somos. Increíble que no nos quiten la custodia de nuestros vástagos nada más salir de nuestros úteros, siendo como somos todas unas tontas y unas locas…
No se confía en el criterio de las mujeres, no se confía el criterio de las madres.
Pero si se confía en el criterio de una ginecóloga, sólo por el hecho de serlo, por el prestigio que da poseer este título en medicina. Una ginecóloga cualquiera de un país que curiosamente atiende los partos en su mayoría sin seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, que tiene unas estadísticas según el Ministerio de Sanidad muy alejadas de lo que serían unos estándares de calidad, dentro de las cuales el porcentaje de inducciones se sitúa en un 19,4%, siendo el estándar de referencia de la OMS menos del 10% (datos del INFORME FINAL ESTRATEGIA ATENCIÓN AL PARTO NORMAL 2012). Es decir, que casi la mitad de las inducciones que se practican en este país, no están justificadas, no son necesarias.
Es como para no fiarse de la indicación, ¿o no?
Se confía en la resolución de un juez, que habrá tenido en cuenta sólo la opinión “cuestionable” de esta ginecóloga, que no tendrá ni idea de atención al parto, ni tiempo para hacérsela antes de decidir precipitadamente por una supuesta “situación de urgencia y riesgo para la vida del bebé”.
Se confía en cualquiera menos en la madre. Porque es mujer, porque está embarazada, porque es vulnerable, porque no vaya a ser que decida por si misma sobre su vida y la de su hijo. No, eso no se puede permitir, porque somos tontas, porque estamos locas.
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