lunes, 4 de mayo de 2015

LO QUE HICE CON EL PRIMERO QUE NO HICE CON EL SEGUNDO Y VICEVERSA

Los primogénitos son conejillos de indias. Cuando nos estrenamos como padres es lógico que cometamos con ellos algún que otro error de novatos. Con el segundo hijo ya tenemos experiencia y todo va más rodado. En mi caso particular cuento por varias decenas las cosas que no hice bien con Ángel o que podría haber hecho mucho mejor. De vez en cuando hablo con él de ello, le intento explicar que los padres somos humanos, que no lo sabemos todo y que como cualquiera nos podemos equivocar. No sé si a él le convence esta explicación pero es la realidad. Cuando vamos a convertirnos en padres no sabemos de la misa la mitad a cerca de lo que es un niño y lo que implica la paternidad, no suele haber a nuestro alrededor quien nos sepa orientar y aunque lo haya, estamos demasiado verdes y en la inopia como para escuchar atentamente lo que nos cuentan e interiorizarlo. Luego, con el niño en brazos, nos encontramos con una realidad muy distinta a la que imaginábamos y salimos del paso como podemos, a base de prueba y error.

Resumiendo mucho estas son las cosas que hice con mi primer hijo que no hice con el segundo o al revés. En primer lugar durante el embarazo de Ángel fui a clases de preparación al parto, pero no estaba nada preparada para el parto. Con Jesús pasé de las clases y me forme por mi cuenta, leyendo mucho y participando en las listas abiertas de El Parto es Nuestro. La diferencia entre ambos partos fue abismal, el primero hospitalario, intervenido y traumático, el segundo domiciliario, respetado y bonito de recordar. Tras el nacimiento de Ángel me quedé rota física y emocionalmente, tras nacer Jesús estaba fuerte y radiante.

Las dificultades que atravesamos Ángel y yo durante sus primeros días de vida dieron al traste con la lactancia materna, todo se nos puso muy difícil y yo no tenía conocimientos, apoyos, ni fuerzas para salvarla. Con Jesús también tuve algún que otro contratiempo pero conseguimos superarlo a base de constancia y fuerza de voluntad. La información y la ayuda y consejos de otras mujeres-madre fue la clave, lo que marcó la diferencia entre una experiencia y otra.

Respecto a la crianza, está claro que yo entré en la maternidad dentro de Matrix. No tenía ni idea de lo que necesitan y piden los niños y me chocaron muchas cosas: ¿no se supone que los bebés duermen durante todo el día? ¿por qué entonces el mío se pasa todo el día llorando? ¿por qué parece profundamente dormido pero se despierta automáticamente cuando lo dejo en la cuna? ¿por qué no puedo ir ni siquiera a hacer pis con un poco de tranquilidad? No, no estaba preparada para cuidar a un recién nacido y me pasaba el día agobiada, pensando que tenía un niño muy demandante cuando era en realidad un niño normal que me necesitaba a su lado todo el día, como lo necesitan todos, nada más.

Con Ángel compré una cuna que si utilizó, aunque la mayor parte de los días terminaba dormido encima de su padre o en la cama con él. No conocía el mundo del porteo así que nunca lo portee, aunque me habría sido muy difícil hacerlo porque era un niño excesivamente grande y pesado. Seguí al pié de la letra las indicaciones del pediatra a cerca de su alimentación, le alimentaba a base de purés caseros, potitos, cereales y leche en polvo. Nos gastamos una fortuna en esa época en la farmacia, a parte de en alimentación también en medicinas pues Ángel fue a la guardería desde los 5 meses y se ponía malo cada dos por tres. En ningún momento se me pasó por la cabeza la posibilidad de pedir una excedencia. No lo llevaba demasiado en brazos pues habían calado en mí los consejos y advertencias que me hacía todo el mundo a mi alrededor sobre que se mal-acostumbraría a ello. Le bañábamos todos los días hiciera frío o calor, estuviera sucio o no.

En cuánto supe que estaba embarazada de nuevo, desmontamos y guardamos la cuna y la sustituimos por una cama “de mayor” para Ángel. Jesús siempre ha dormido conmigo, ha tomado teta hasta los 4 años y medio y nunca quiso el chupete (que Ángel usó hasta los tres años). Odiaba el carrito y lo portee hasta el año en que ya sabía caminar e iba andando a todos los sitios. Abandonamos la rutina del baño diario y dejamos de usar la bañera de bebés, simplemente llenábamos la bañera para el mayor y remojábamos en ella al pequeño al mismo tiempo. Jesús no pisó una guardería hasta los 9 meses y lo hizo sólo durante 9 meses y unas pocas horas al día. Nunca le di cereales en polvo y la factura de la farmacia disminuyó considerablemente.

La crianza de cada uno no ha podido ser más diferente, mi disposición hacia Ángel no era buena, mi respuesta a sus reclamos no fue empática y en parte debido a ello puedan explicarse las diferencias en las formas de ser de cada uno. En contra de lo que vaticinaban algunos, Jesús es un niño muy independiente, cariñoso y mucho más maduro que su hermano en algunas ocasiones. La relación que tengo con Jesús es mucho más cercana y profunda que la que tengo con Ángel, sin duda tiene mucho que ver la forma en que me relacioné con él durante los primeros años de su vida.

La crianza de mi segundo hijo fue mucho más consciente y satisfactoria que la del primero. A pesar de que recayó en mi casi todo el peso de su cuidado, tanto de día como de noche, debido a que le daba el pecho mientras mi marido se encargaba de Ángel y todo lo demás, sin embargo no estuve tan agobiada como la vez anterior. Sabía lo que necesitaba mi hijo, me sentía necesaria y capaz aunque en ocasiones estuviera agotada por la falta de sueño.

No se si en mi segunda maternidad he llevado a cabo o no una crianza con apego, lo que tengo claro es que ha sido una crianza mucho más relajada, en la que no estaba en continua lucha contra los deseos de mi bebé, si no que los escuchaba y trataba de satisfacer sus necesidades de la mejor manera que sabía. Ha sido también una crianza en la que hemos prescindido de muchos productos y artículos que se asocian indefectiblemente ala maternidad y los bebés, por lo que ha resultado menos costosa económicamente. Como suele decirse ha sido una experiencia: buena, bonita y barata, ¿qué más no se puede pedir? Está claro que si volviese a ser madre repetiría el patrón que seguí con Jesús. Sólo espero que Ángel pueda llegar a perdonarme por no haber sabido atenderle mejor, con más flexibilidad y cariño, habiendo escuchado más a mi instinto, a mi corazón, y menos a lo que dice la generalidad de la sociedad actual que hay que hacer o no con un bebé.

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