lunes, 20 de abril de 2015

MOMENTOS PROPICIOS PARA UNA RABIETA

Cuando un niño reacciona con fuerza desmedida ante una situación cualquiera estamos ante una rabieta. Hay momentos y circunstancias que son propicios para que tenga lugar la rabieta. Conocerlos puede ayudarnos a evitarlos adelantándonos a la rabieta, a situarnos y comprender el porque de la misma para poder frenarla y ponerle fin, o por lo menos a entender mejor a nuestro hijo y acompañarle en el proceso sin perder la perspectiva y los nervios como él.

Hay tres situaciones que según mi experiencia pueden desembocar en rabieta:
1.- El niño no se encuentra bien físicamente.
2.- El niño no se encuentra bien emocionalmente.
3.- El niño está frustrado por algo que no consigue hacer bien o no consigue obtener.

En los dos primeros casos la “razón” que desencadena la rabieta no es lo importante por lo que no debemos centrar nuestra atención en ello. La merienda, el juguete o la ropa no son si no la excusa para dejar salir el malestar que el niño siente. Puede tener hambre (hay niños que se ponen muy nerviosos cuando tienen hambre), puede estar cansado o tener sueño, o puede estar incubando una enfermedad o saliendo de ella y estar bajo de fuerzas. Estas situaciones hacen que el niño se encuentre mal y al no saber identificar el origen de su inquietud o no tener un vocabulario o capacidad de expresión suficiente para hacernos saber lo que les ocurre, explotan por cualquier motivo para hacernos ver que hay algo que anda mal. Por eso no es raro que tras un día malo, el niño de repente se quede dormido y no se despierte hasta el día siguiente o que lo haga con fiebre y mocos. Por lo que antes de nada conviene analizar si el niño puede tener alguna de estas cosas: hambre, sueño o enfermedad y actuar conforme a lo que ocurra.

El niño también puede recurrir a la rabieta para dejar salir un conflicto emocional que no es capaz de resolver. Si un niño está de mal humor, susceptible de entrar en barrena en cualquier momento hay que hablar con él y preguntarle si le ha ocurrido algo en el colegio, o con sus amigos en el parque que le haya hecho sentirse triste. Si conseguimos que nos lo cuente y le ayudamos a entenderlo y superarlo, conseguiremos mejorar su ánimo y evitar a tiempo la rabieta.

El último caso es el más difícil de enfrentar. Son habituales las rabietas de los bebés cuando se encuentran inmersos en algún proceso de cambio, a punto de alcanzar algún hito importante en su desarrollo, como sentarse, gatear, levantarse, andar, hablar, etc. Cuando un niño está empeñado por ejemplo en meter una pieza en una cajita y no lo consigue puede llegar a enfadarse mucho. Nuestro papel no es el de hacerlo por ellos si no guiarle en sus intentos y tener paciencia con sus berrinches.

Cuando la rabieta es por un juguete que tiene otro niño o una chuche que quiere comer, podemos volver al principio y ver si el niño se encuentra mal física o emocionalmente. A veces no hay una razón oculta para la rabieta, simplemente el niño pelea por conseguir algo que ansía y cuando no lo logra se enfada. Ante esto es fundamental tener en cuenta dos cosas:

1.- Evitar las incongruencias y crear costumbres que no queramos mantener en el tiempo.
Los niños tienen una memoria prodigiosa y una capacidad tremenda para adquirir hábitos, siempre que estos hábitos sean de su agrado. De manera que si les compramos dos días algo en un kiosco, cada vez que pasemos por un kiosco querrán que les compremos algo y si no lo hacemos no entenderán porque los otros días si se lo compramos y hoy no, se frustrarán y se enfadarán con nosotros por negarles algo a lo que se habían acostumbrado. Así que es mejor no hacer excepciones que ellos puedan tomar como una norma, si no queremos vernos en una encrucijada entre claudicar o aguantar el berrinche.

2.- Elegir con cuidado las batallas que queremos librar.
Que a uno le digan a todo que no es muy frustrante, se tengan 2 o 40 años. Por eso hay que evitar abusar del no y usarlo sólo cuando sea imprescindible y estemos seguros de la decisión que tomamos hasta el punto de no echarnos finalmente para atrás. Hay aspectos en los que el niño puede decidir, otros en los que se puede negociar con él y otros en los que no existe negociación posible. Estos últimos deben ser cosas importantes, que debemos tener claras y así mostrárselo a los niños. En general son todos los asuntos relacionados con su seguridad, su salud o la integridad de otras personas. Si por ejemplo un niño es propenso a las caries y no debe tomar caramelos, debemos ser firmes en nuestra determinación de negárselos y como dije en esta otra entrada sobre las rabietas, no ceder a pesar de la rabieta. En definitiva, si algo no tiene mucha importancia para nosotros no hay que negárselo al niño, es mucho peor decirle que no al principio y luego acceder a sus reclamos para poner fin a su rabieta.

No soy partidaria de poner pruebas y trabas artificiales a los niños para hacerlos fuertes intentando superarse. Esta es una visión muy retrógrada de la educación con la que no estoy de acuerdo. Creo que la vida ya proporciona suficientes ocasiones para que maduremos y nos enfrentemos a retos y situaciones desagradables, así que no es necesario ponérselo más difícil a los pequeños. La frustración es una vivencia real que no hay que forzar pero tampoco evitarle a los niños. De manera que aunque es más agradable para todos que las rabietas no tengan lugar, si ocurren tampoco hay que echarse las manos a la cabeza y dudar de nuestra capacidad como educadores o de la salud mental del niño. Al final el disgusto se le pasará y con el tiempo aprenderá a aceptar negativas y a defender sus intereses con más tranquilidad, o no...

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