En realidad lo que buscamos cuando queremos un niño más independiente es la soledad.
Es decir, que el niño esté sólo para que podamos estarlo nosotros también. Porque la soledad es tranquilidad y también libertad para hacer lo que nos apetezca sin preocuparnos por nadie más que por nosotros mismos.
Libertad e independencia son valores al alza muy típicos de la juventud y ocurre que la juventud cada vez dura más. En la Edad Media si llegabas a cumplir treinta años eras un abuelo, ahora la “tarjeta joven” de algunas entidades bancarias sirve casi hasta esta edad. Vivimos mucho tiempo como eternos adolescentes a pesar de haber terminado de estudiar, de tener un trabajo fijo o vivir en pareja. Estamos tan acostumbrados a esa libertad e independencia que no estamos preparados para afrontar el cambio tan brusco que supone la llegada de un hijo.
La madurez sobreviene de repente cuando nos convertimos en padres y nos cae encima como un jarro de agua fría. Tratamos de que nada cambie, que ese nuevo y pequeño ser no nos cambie, ni a nosotros, ni a nuestras costumbres y que sea él quien se adapte a nosotros y a nuestra vida, cuando debería ser al revés. Pretendemos seguir saliendo por la noche, seguir fieles a nuestros horarios y continuar con nuestras aficiones como antes. Y a veces se puede. Otras no. Todo depende de el qué queramos hacer, y de si ellos están cómodos con ello y lo admiten, o no.
Cuando existe una clara incompatibilidad entre lo que nos apetece a nosotros y lo que es mejor para ellos aparece el conflicto. Si por ejemplo queremos ver una película “de mayores” los mandamos a su habitación llena de juguetes para que se entretengan un rato solos y nos dejen en paz, pero esa solución raras veces funciona porque a los niños no les gusta la soledad. Y se sienten solos a pesar de estar a escasos metros de sus padres y en la seguridad de su propio hogar.
A muchos adultos las demandas de los niños no les parecen razonables por lo exigentes, pero en este tema como en muchos otros, son los niños los que se muestran más coherentes con nuestra naturaleza. Porque el ser humano es una animal mamífero, social y gregario que tiende a vivir en manadas o tribus. Ahora a la tribu la llamamos “familia” y es cada vez más pequeña, hasta el punto de que está de moda ser “single”: personas solteras y orgullosas de su condición. Y aunque es física y económicamente viable en nuestra sociedad occidental y capitalista ser un single, emocionalmente no me parece la mejor de las opciones. Porque sí, no soportan a nadie, pero tampoco tienen a nadie que les soporte a ellos… (entendiendo la palabra soportar, como servir de apoyo).
Si la soledad es algo contrario a nuestra naturaleza, y las personas adultas necesitamos convivir con otros, más aún lo necesitan los niños. Ellos necesitan estar con sus mayores para:
- Sentirse protegidos y seguros.
- Observarnos y aprender por imitación a vivir.
- Conseguir de nosotros que les mostremos el mundo.
Y todo eso no lo consiguen solos en su habitación al otro lado de la casa, por muchos juguetes educativos que tengan a su alrededor.
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