Cuando un niño reacciona
con fuerza desmedida ante una situación cualquiera estamos ante una
rabieta. Hay momentos y circunstancias que son propicios para que
tenga lugar la rabieta. Conocerlos puede ayudarnos a evitarlos
adelantándonos a la rabieta, a situarnos y comprender el porque de
la misma para poder frenarla y ponerle fin, o por lo menos a entender
mejor a nuestro hijo y acompañarle en el proceso sin perder la
perspectiva y los nervios como él.
Hay tres situaciones que
según mi experiencia pueden desembocar en rabieta:
1.- El niño no se
encuentra bien físicamente.
2.- El niño no se
encuentra bien emocionalmente.
3.- El niño está
frustrado por algo que no consigue hacer bien o no consigue obtener.
En los dos primeros casos
la “razón” que desencadena la rabieta no es lo importante por lo
que no debemos centrar nuestra atención en ello. La merienda, el
juguete o la ropa no son si no la excusa para dejar salir el malestar
que el niño siente. Puede tener hambre (hay niños que se ponen muy
nerviosos cuando tienen hambre), puede estar cansado o tener sueño,
o puede estar incubando una enfermedad o saliendo de ella y estar
bajo de fuerzas. Estas situaciones hacen que el niño se encuentre
mal y al no saber identificar el origen de su inquietud o no tener un
vocabulario o capacidad de expresión suficiente para hacernos saber
lo que les ocurre, explotan por cualquier motivo para hacernos ver
que hay algo que anda mal. Por eso no es raro que tras un día malo,
el niño de repente se quede dormido y no se despierte hasta el día
siguiente o que lo haga con fiebre y mocos. Por lo que antes de nada
conviene analizar si el niño puede tener alguna de estas cosas:
hambre, sueño o enfermedad y actuar conforme a lo que ocurra.
El niño también puede
recurrir a la rabieta para dejar salir un conflicto emocional que no
es capaz de resolver. Si un niño está de mal humor, susceptible de
entrar en barrena en cualquier momento hay que hablar con él y
preguntarle si le ha ocurrido algo en el colegio, o con sus amigos en
el parque que le haya hecho sentirse triste. Si conseguimos que nos
lo cuente y le ayudamos a entenderlo y superarlo, conseguiremos
mejorar su ánimo y evitar a tiempo la rabieta.
El último caso es el más
difícil de enfrentar. Son habituales las rabietas de los bebés
cuando se encuentran inmersos en algún proceso de cambio, a punto de
alcanzar algún hito importante en su desarrollo, como sentarse,
gatear, levantarse, andar, hablar, etc. Cuando un niño está
empeñado por ejemplo en meter una pieza en una cajita y no lo
consigue puede llegar a enfadarse mucho. Nuestro papel no es el de
hacerlo por ellos si no guiarle en sus intentos y tener paciencia con
sus berrinches.
Cuando la rabieta es por
un juguete que tiene otro niño o una chuche que quiere comer,
podemos volver al principio y ver si el niño se encuentra mal física
o emocionalmente. A veces no hay una razón oculta para la rabieta,
simplemente el niño pelea por conseguir algo que ansía y cuando no
lo logra se enfada. Ante esto es fundamental tener en cuenta dos
cosas:
1.- Evitar las
incongruencias y crear costumbres que no queramos mantener en el
tiempo.
Los niños tienen una
memoria prodigiosa y una capacidad tremenda para adquirir hábitos,
siempre que estos hábitos sean de su agrado. De manera que si les
compramos dos días algo en un kiosco, cada vez que pasemos por un
kiosco querrán que les compremos algo y si no lo hacemos no
entenderán porque los otros días si se lo compramos y hoy no, se
frustrarán y se enfadarán con nosotros por negarles algo a lo que
se habían acostumbrado. Así que es mejor no hacer excepciones que
ellos puedan tomar como una norma, si no queremos vernos en una
encrucijada entre claudicar o aguantar el berrinche.
2.- Elegir con cuidado
las batallas que queremos librar.
Que a uno le digan a todo
que no es muy frustrante, se tengan 2 o 40 años. Por eso hay que
evitar abusar del no y usarlo sólo cuando sea imprescindible y
estemos seguros de la decisión que tomamos hasta el punto de no
echarnos finalmente para atrás. Hay aspectos en los que el niño
puede decidir, otros en los que se puede negociar con él y otros en
los que no existe negociación posible. Estos últimos deben ser
cosas importantes, que debemos tener claras y así mostrárselo a los
niños. En general son todos los asuntos relacionados con su
seguridad, su salud o la integridad de otras personas. Si por ejemplo
un niño es propenso a las caries y no debe tomar caramelos, debemos
ser firmes en nuestra determinación de negárselos y como dije en
esta otra entrada sobre las rabietas, no ceder a pesar de la rabieta.
En definitiva, si algo no tiene mucha importancia para nosotros no
hay que negárselo al niño, es mucho peor decirle que no al
principio y luego acceder a sus reclamos para poner fin a su rabieta.
No soy partidaria de
poner pruebas y trabas artificiales a los niños para hacerlos
fuertes intentando superarse. Esta es una visión muy retrógrada de
la educación con la que no estoy de acuerdo. Creo que la vida ya
proporciona suficientes ocasiones para que maduremos y nos
enfrentemos a retos y situaciones desagradables, así que no es
necesario ponérselo más difícil a los pequeños. La frustración
es una vivencia real que no hay que forzar pero tampoco evitarle a
los niños. De manera que aunque es más agradable para todos que las
rabietas no tengan lugar, si ocurren tampoco hay que echarse las
manos a la cabeza y dudar de nuestra capacidad como educadores o de
la salud mental del niño. Al final el disgusto se le pasará y con
el tiempo aprenderá a aceptar negativas y a defender sus intereses
con más tranquilidad, o no...
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