Como
os conté finalmente fui al hospital mientras mi hermana estaba de
parto, cosa que nunca pensé que haría pues va en contra de mis
principios.
El
parto de mi hermana duró 30 horas, de las que estuvo 22 en el
hospital. Yo llegué al final y apenas estuve media hora. No puedo ni
imaginarme lo que debe ser estar en una sala de espera tanto tiempo.
Durante
el rato que estuve allí me fijé en mis compañeros de sala de
espera. ¡Había familias enteras! Varias generaciones esperando la
llegada del nuevo miembro de la familia, desde ancianos hasta bebés.
Ignoro cuanto tiempo llevarían allí, ni lo que les quedaba aún allí metidos.
No
sé cual es el protocolo de actuación en otros hospitales, pero en
el que dio a luz mi hermana, les dejan un par de horas como mínimo
en la habitación donde dan a luz (que no es un paritorio
tradicional) antes de llevarles a la habitación, por lo que hay que
añadir al tiempo del parto este otro más antes de poder ver a la
recién parida y su criatura. Vamos, que la espera se puede
eternizar.
Esta
experiencia me ha hecho reflexionar sobre el asunto y me han surgido
los siguientes interrogantes:
¿Sabe la parturienta quienes están en la sala de espera? ¿Le
parece bien que estén ahí? ¿Los ha llamado ella para que vayan?
¿Le apetece ver a todas esas personas recién parida?
¿Que pretenden esas personas estando allí todo ese tiempo? ¿Ser
los primeros en ver al recién nacido? ¿Pasar el rato
confraternizando con otros familiares? ¿Creen que es su obligación
estar? ¿No tienen otra cosa que hacer? ¿No tienen responsabilidades
que atender, un trabajo al que ir? ¿Tienen todas esas personas una
relación de confianza tal con la pareja como para compartir esos
primeros momentos con ellos?
Me
da la sensación de que la respuesta a estas preguntas es que, en la
mayoría de los casos, las mujeres no queremos que se forme un circo
a la puerta del paritorio a nuestra costa, que tras dar a luz lo que
queremos es tranquilidad y no una horda de personas a nuestro
alrededor haciendo ruido y tratando de acaparar a nuestro bebé. Creo
que estar en el hospital se ha convertido en un ritual social que
poco o nada tiene que ver con las necesidades y deseos de las madres
y los recién nacidos y como toda costumbre que arraiga en una
cultura es muy difícil de desterrar. El avisar o no a los familiares
de que estás de parto, cuando hacerlo y decir o no donde estás, se
convierte en un juego de pierde-pierde, pues si vetas a la gente se
enfadan y si los dejas pasar pueden llegar a agobiarte y enturbiar
unos momentos delicados y únicos en tu vida y la de tu bebé. Para
que luego algunos encima nos recriminen la de horas que les hemos
hecho pasar en la salita: “con lo incómodas que son esas sillas de
hospital”.
La
solución a esto sería bastante sencilla. Bastaría con que le
preguntásemos a los futuros padres, que quieren, que es lo que les
va a hacer sentirse más cómodos y respetarlo. Aguantarse las ganas
de ver al bebé unas horas o incluso un par de días no es tan
complicado y no tomarnos como una afrenta personal esta espera,
porque no tiene que ver con nosotros, los familiares o los amigos, si
no con ellos, que son los verdaderos protagonistas y quienes deben
poder decidir el como y el cuando respecto a su bebé. Si hubiera más
empatía y menos figureo, las salas de espera de los paritorios
estarían más vacías.
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