viernes, 18 de julio de 2014

¡DIOS MIO, DAME PACIENCIA!



“La paciencia es la MADRE de la ciencia”, o al menos eso dicen. Me planteo si la frase en realidad no será esta otra: “La paciencia es la ciencia de la MADRE”. Porque cuando se es madre, se gasta mucho de esa virtud o se adquiere si antes no se poseía. No queda otra.

Existe además un gran desequilibrio en las relaciones padres-hijos, pues mientras los padres debemos de cultivar esta virtud, los niños carecen absolutamente de ella. Cuando un bebé quiere comer, quiere comer ya. Cuando un niño quiere que lo cojan, quiere que lo cojan ya. Cuando desean un juguete o cualquier otra cosa lo quieren como suele decirse para ayer.

Como dije en mi post anterior, los niños son muy monos y los queremos mucho, pero las cosas como son, hay cosas que los caracterizan y que pueden sacarnos de nuestras casillas a los adultos. Unas de ellas son lo que yo llamo “las tres íes”: son impacientes, insistentes, e inoportunos.

El ejemplo más claro es el de “el pis”. Vas a salir a la calle, les avisas de que vamos a irnos y les sugieres que si quieren ir al baño este es el momento oportuno. Te dicen que no tienen ganas. Quizá es verdad o quizá están tan enfrascados en su mundo, en lo que están haciendo en ese momento, que no les apetece dejarlo para ir al vater. Tú repites la sugerencia. Ellos la rechazan de nuevo o directamente te ignoran. ¿Qué ocurre después? Pues que en el sitio y el momento más inoportuno (probablemente estás en la cola del supermercado pagando o algo así) te dicen que se hacen pis, e insisten en que no pueden esperar porque se lo hacen encima… y tienes que dejarlo todo y salir corriendo en busca del baño en cuestión. Da igual que refunfuñes, que digas que ya se lo advertiste, volverá a ocurrir… Y no hablo de bebés que no controlen esfínteres, hablo de mozalbetes que van camino de la pubertad. Como éste podría citar miles de ejemplos.

¿Que podemos hacer los padres ante este tipo de cosas? Nada. Asumirlas como habituales y ya está. Enfadarse no hace más que provocar que todo el mundo pase un mal rato y no consigue evitar que se produzcan.

Una de las lecciones que aprendemos los padres más rápidamente es que es imposible tener el control absoluto de todo lo que pasa. Cada miembro que se une a la familia añade inestabilidad al conjunto. Cada cual tiene su personalidad y sus peculiaridades. Cada etapa tiene sus ritmos y sus necesidades, diferentes a las de las demás. Cada cual tiene sus intereses, sus deseos y sus expectativas que no tienen porque coincidir con las de los otros, de hecho es bastante difícil que lo hagan. Combinar todo esto es responsabilidad de los padres y puede ser una importante fuente de estrés. Quizá una buena estrategia sea tomárselo con sentido del humor. Si nos ponemos siempre en lo peor, y no tenemos expectativas demasiado altas, no nos sorprenderemos excesiva ni negativamente cuando por ejemplo se les escape la caca y no tengamos ropa de repuesto o derramen sin querer un vaso de zumo inmediatamente después de que hayamos fregado la cocina, o se empeñen en comer justo el tipo de galletas que se han terminado. Asumir con deportividad tanto nuestros fallos como los suyos hará la vida de todos más ligera y fácil de llevar. Además, si eres paciente con tus hijos, ellos aprenderán también a serlo, tanto contigo, como con el resto del mundo y sin duda serán mucho más felices.

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