Me parece importante recalcar de nuevo que; informar no es sinónimo de
aconsejar, recomendar, incitar ni obligar, de manera que el hecho de hablar
de que la placenta podría comerse y explicar cómo hacerlo no es ningún delito.
Una vez que queda esto claro, parece ser que no existe evidencia científica
clara y contundente ni en un sentido ni en otro que confirme que sea bueno ni
malo comérsela. Pero aunque la hubiera, seguiría siendo una opción personal. Me
explico. Desde hace ya tiempo que “reniego” cada vez más de la evidencia.
Parece ser que no se puede ni ir a mear si no existe un estudio que demuestre
que ir a mear es bueno. Y reniego no porque quiera ir ni incitar a nadie a que
vaya u opine en su contra, si no porque creo que hay que empezar a pensar por
uno mismo, tener cada cual su criterio aunque dicho criterio no comulgue
exactamente con lo que dice la “ciencia”. Pienso que cuando se trata de
decisiones sobre tu propia salud tienes que seguir tu instinto y el sentido
común, pues muchas veces la ciencia no es capaz de resolverlo todo y mostrarnos
la decisión más acertada a tomar.
Es importante además que tengamos presente varias cosas respecto
a los estudios científicos:
- No hay estudios sobre todo. Hay temas que por lo que sea, porque no resultan interesantes a la comunidad científica y nadie opta por estudiarlos o porque (lo que es más común) no resultan “rentables” económicamente porque sus conclusiones no servirán para “comercializar” nada, de los que sencillamente no hay ninguna referencia que consultar.
- Podemos encontrarnos con estudios sobre el mismo tema que llegan a conclusiones diferentes o incluso contradictorias.
- Muchos estudios no son fiables porque no están bien hechos o porque simplemente están manipulados para que den el resultado que quien los financia quiere que den.
De manera que la ciencia no es siempre tan científica ni
infalible como nos gusta creer que es, o nos gustaría que fuese.
Tras mi primer y malogrado parto yo misma encontré que la
evidencia respaldaba que mi parto no había sido bien atendido y que era por
ello por lo que me encontraba mal física y anímicamente. Pero aunque no hubiera
existido dicha evidencia, yo habría llegado a la misma conclusión: que es que
no quería volver a pasar por lo mismo, ni recibir ese mismo tipo de atención
nunca más. Y estoy en mi derecho de reclamar otro tipo de atención porque
hablamos de mi cuerpo del que soy dueña y máxima responsable.
Por eso aunque no haya evidencia fiable sobre el tema de la
placentofágia creo que cada cual debe hacer lo que le pida el cuerpo, y si lo
que te pide es comértela pues cómetela.
Para mí, en este como en otros asuntos lo que está en juego es
la libertad personal, la libertad de decisión que deberíamos tener todos sobre
lo que atañe a nuestro cuerpo y nuestra salud y la libertad de tener las
creencias y llevar a cabo los rituales que nos apetezcan.
Incluso si llegase el punto de que se demostrase que comerse la
placenta es algo sumamente perjudicial, si yo quisiera comérmela estaría en mi
derecho a hacerlo, porque es mía y es mi salud lo que está en juego ¿O no existen
infinidad de estudios que han demostrado lo nefasto que es el tabaco y aún así
no termina de prohibirse su venta a pesar de lo perjudicial que es para la
salud? Porque el tabaco soporta muchos impuestos y gracias a dios hace unos
años se prohibió por fin fumar en todos los sitios públicos, pero sigue
comercializándose y existen muchos fumadores que lo son a sabiendas de que
están metiéndose veneno en el cuerpo. Como dice mi madre, fumadora empedernida:
“de algo hay que morir”...
Las diferencias fundamentales entre ambos casos son que el
tabaco implica una actividad comercial lucrativa para muchos aunque sea a costa
de la salud de otros, mientras que de momento la placenta humana no está siendo
explotada económicamente de manera masiva (aunque demos tiempo al tiempo) y por
tanto no hay intereses en juego, grupos de presión que defiendan lo magnifico
que es comer placenta aunque no lo fuese, o el derecho de cada cual a matarse
si quiere tomándola. Pero sobre todo que la placenta es cosa de mujeres y parece
que todo el mundo puede opinar y decirnos a las mujeres lo que tenemos que
hacer con nuestro cuerpo, ya sea abortar, someternos a cirugías estéticas para
agradar a los demás o dar o no el pecho a nuestros hijos más o menos tiempo.
En cuanto a definir la ingesta de placenta como canibalismo no
creo que ningún biólogo defina este hecho de esta manera al referirse a ningún
otro animal mamífero que lleve a cabo esta práctica. El uso de este término no
hace más que buscar el morbo y el dramatismo a un hecho que parece bastante
normal y extendido en la naturaleza. Porque no hay que olvidar que el ser
humano es también un animal al que su racionalidad le permite por ejemplo ser
capaz de cocinar la placenta en lugar de comerla cruda, o declinar la oferta de
degustación, pero nada más. A mí de pequeña mi madre me daba sesitos para comer
y a día de hoy cocina también filetes de hígado de ternera encebollados con
tomate y nadie se escandaliza por ello. Como dije en otro post, esto es
cuestión de gustos, como comerse las uñas o los mocos. Por cierto que hay
estudios que ponen de manifiesto las bondades de comerse los mocos. Parece que los niños demuestran ser muy sabios cuando se comen los mocos
porque además de ser ricos en proteínas y sales minerales, contienen los restos
muertos de virus y bacterias por lo que sirven a modo de vacuna contra las
enfermedades causadas por los mismos. Así que, venga, en aras de la ciencia, no
os cortéis y echaros mano a la nariz.
Yo no me he comido mi placenta, ni la de nadie, no he probado ni
siquiera un poquito. En mi primer parto porque fue hospitalario y en el
hospital se “adueñan” de tu placenta y se la quedan sin darte a opción a hacer
nada con ella, y en el segundo porque se me cayó al váter y no era muy
“higiénico” comérsela en esas circunstancias. De todas maneras, no había
investigado mucho sobre el tema, no tenía un plan determinado sobre qué hacer
con ella, por lo que el hecho de que acabara en el váter me facilitó
enormemente la decisión sobre su destino final: terminó en el cubo de la
basura. No suena muy romántico, pero así fue, ya que tampoco tenía ningún lugar
especial en el que me gustase haberla enterrado ni nada parecido. Pero si
hubiera tenido ocasión de probarla no sé que habría hecho: quizá la habría
rechazado con asco, o la habría probado por curiosidad o a lo mejor habría
sentido, como a veces le ocurre a algunas mujeres, un deseo visceral (nunca
mejor dicho) de catarla.
Siempre me acordaré de cuando mi hijo mayor me contó su
experiencia en una Granja Escuela, cuando vio la placenta de una cabra que
acababa de parir. Mi hijo, ese que dice que no quiere morirse “porque se quiere
mucho”, que si ve venir un coche de frente te suelta enseguida la mano y sale
corriendo para que no le pille dejándote sola ante el peligro en medio de la
carretera. Ese mismo niño que no quiere probar nada que tenga una mínima traza
de frutos secos no sea que le dé una reacción alérgica, que se alarma cuando te
ve limpiando y huele fuerte a productos “tóxicos” como él dice. Que es tan
escrupuloso que no te besa nunca en los labios y se limpia las supuestas e inexistentes
babas que le dejas en la mejilla tras besarle tú. Ese niño súper preocupado por
su salud y su seguridad me dijo que había sentido unas ganas enormes de comerse
la placenta de la cabra. Por algo será.
A favor de su ingesta hay estudios que dicen que contiene muchas
proteínas, vitaminas y sobre todo hierro y hormonas que ayudan a la madre a
recuperarse tras el parto y a establecer la lactancia, en contra se dice que al
actuar como filtro de impurezas puede contener sustancias nocivas. A mí
personalmente me fascina este órgano: como es, para lo que sirve, como funciona
etc. Para quien quiera conocer más sobre este asunto, os recomiendo estos
enlaces:
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