lunes, 23 de septiembre de 2013

LA MATERNIDAD, UNA OPORTUNIDAD PARA REINVENTARNOS

Aunque no lo parezca, vivimos en una sociedad muy rígida, y no somos conscientes de lo cuadriculado de nuestra mente y manera de hacer las cosas, hasta que nos topamos con el caos que rodea a un recién nacido. A veces esa misma rigidez, es lo que nos impide ver, lo inflexible de nuestros planteamientos.

Los adultos, por lo general, estamos acostumbrados a un determinado orden, que nos proporciona seguridad, pero que al mismo tiempo, nos resta flexibilidad para adaptarnos a las necesidades y ritmos de nuestro bebé. Cuando nos encontramos con la realidad de la maternidad, se produce un choque entre lo que es, y lo que nos gustaría que fuese, o creíamos que sería.
En nuestro empeño por abarcarlo todo y que ese todo siga un ritmo predecible, un esquema predeterminado a priori, nos exigimos demasiado a nosotros mismos, y exigimos imposibles a nuestros hijos, complicando innecesariamente la crianza y la organización de la vida familiar, y lo que es peor, perdiendo energía y alegría en el camino.

Una de las cosas positivas que se puede sacar de la experiencia maternal, es precisamente, poder llegar a relajarse y relativizar, dejando de darle importancia a cosas que realmente no la tienen. Creo que cuando nos conectamos de verdad con nuestros bebés, - y la lactancia favorece enormemente esa conexión -, dejamos de lado muchas cosas que antes considerábamos imprescindibles, para centrarnos en lo fundamental.

Si dejamos a un lado las costumbres y las modas, podemos descubrir que no necesitamos un montón de las cosas, que parece que están asociadas irremediablemente a los bebes, o  al menos, que no es obligatorio tenerlas. No necesitamos cuna (el bebé puede dormir con nosotros y de hecho demuestra activamente querer hacerlo), ni carro (el bebé prefiere estar en brazos y ser porteado), ni hacer purés (al bebé le encanta comer comida de verdad, de la de mayores, de la que comen sus papás, y comerla a mordiscos, experimentando con ella, tocándola con sus propios deditos), ni comprar cereales en la farmacia (podemos darle trocitos de pan, arroz o maíz cocido, unos cuantos macarrones aplastados…), ni chupete porque para que el bebé succione, ya están nuestros pezones, etc. Todo es más simple de lo que nos han hecho creer, y también mucho más barato.

Descubrimos que los horarios no son la ley, que podemos tener los nuestros propios, aunque no coincidan con los de los demás. E incluso podemos saltárnoslos y variarlos de vez en cuando, si eso nos hace la vida más fácil. Que lo importante de comer, es disfrutar haciéndolo y estar bien alimentado, independientemente de la periodicidad con la que comamos, pues las cuatro comidas diarias (desayuno, comida, merienda y cena), y eso de que picar entre horas es perjudicial, son solo convenciones sociales creadas por y para adultos, pero que no son aplicables a los niños.

Descubrimos que eso de que los niños deben dormir solos, por lo menos 8 horas, y del tirón, es una falacia, y que tener esa expectativa irreal, solo conseguirá frustrarnos y preguntarnos a nosotros mismos erróneamente que estamos haciendo mal. Que al igual que con la comida, dormir es una necesidad y un placer, que debemos poder realizar cuando lo necesitemos, y cada cual tenemos unas necesidades diferentes al respecto.

Descubrimos que no hace falta tener todos los días la casa como los chorros del oro, - aunque en la de nuestra madre se puedan comer sopas directamente del suelo- y que no se acaba el mundo porque no limpiemos los cristales o no hagamos algún- o varios días- la cama. Nos damos cuenta de que el niño no quiere distancia si no presencia, estar con quien le cuida y le protege, a quien quiere y de quien aprende. Que es feliz estando con sus seres queridos y le importa un bledo cuando fue la última vez que limpiamos el polvo, o que tengamos 5 kilos de ropa para planchar.

Descubrimos que no hace falta bañarlos todos lo días, pues a penas se ensucian y no huelen mal. Que es imposible que vayan siempre con la ropa limpia, y que como mejor están, es con ropa cómoda, que les permita moverse y jugar libremente. Que cuando son un poco mayores, rompen con una facilidad pasmosa, zapatillas y pantalones por la rodilla, por lo que no merece la pena, gastarse demasiado dinero en la ropa.

La maternidad nos enseña que el tiempo pasa y las cosas cambian, que nada dura para siempre. Que existen fases y etapas distinta que terminan, dando paso a otras nuevas, que nos enfrentan a nuevos retos y nos brindan nuevas alegrías. La maternidad es crecimiento y evolución, es movimiento y sorpresa, y nos obliga a estar continuamente adaptándonos.

Al menos, estas son las cosas que descubierto yo, y que podrían resumirse en que los bebés y los niños en general, en lugar de cosas materiales y hábitos, necesitan nuestro tiempo y contacto, y que muchas de las prácticas que usaron nuestros padres en nuestra crianza y que aún  siguen recomendándose hoy en día, no son las más adecuadas para conseguir niños felices. Que para criar es importante seguir el instinto y los dictados del corazón.

Por eso convertirnos en padres nos brinda la oportunidad, de eliminar de nuestra mente y nuestra vida, las rigideces que no nos permiten fluir, y nos encarcelan en el corsé de lo que se supone que debemos hacer, porque es lo habitual a nuestro alrededor, o lo que se ha hecho siempre. Cada nuevo nacimiento nos permite redescubrirnos, reinventarnos y reinventar nuestra realidad. Nos permite ver con nuevos ojos y una mayor consciencia, que no existe un solo camino, si no muchos entre los que podemos elegir, y que podemos concedernos a nosotros mismos, la libertad, para construir el que queremos transitar.

UNA MAÑANA DE DOMINGO CUALQUIERA

Pozuelo, Madrid. 12:45 más o menos. Estamos en una terraza casi a punto de acabarnos nuestro aperitivo. Puede que sea pronto para eso, pero resulta que ya llevamos más de 4 horas levantados... De repente empiezan a llegar hordas de gente. Acaba de terminar la misa de 12. Familias divinas salen de la Iglesia y se aproximan a nosotros para tomar también un piscolabis. Madres vestidas a la moda, bien peinadas y maquilladas. Niños monísimos con su traje de domingo. Esta claro que nosotros desentonamos allí. Vamos de sport, con la ropa pelín arrugada y ojeras por el madrugón, que no he tenido a bien disimular con corrector.
De repente, me da por pensar en que esos niños que acaban de llegar al restaurante, han estado mas de 30 minutos en una iglesia. Hemos de suponer que quietos y callados, o lo que es lo mismo, portándose bien, según lo que la mayoría de la gente llama "portarse bien". Y no puedo imaginar a los míos en esa situación. ¿Prestar ellos atención a algo que no sean dibujos animados? ¿Levantándose, sentándose o arrodillándose a la orden del cura de turno? ¿Ellos, que su deporte favorito es la “desobediencia civil”? ¿Estar tanto tiempo sin correr y sin pegarse? Probablemente a los cinco minutos de estar allí, empezarían a retorcerse, y a echar espuma por la boca, como si tuvieran al mismo demonio dentro.
Y claro, me pregunto ¿esos padres cómo lo harán? ¿Les amenazarán o chantajearan con, por ejemplo, privarles del delicioso aperitivo de después? ¿Se habrán simplemente acostumbrado, o resignado a su suerte? ¿Se abstraerán, entrando en un trance del que salen al abandonar el templo?  Yo también estuve en su lugar, pero no recuerdo qué mecanismo utilizaba para aguantar todo el oficio religioso sin colapsar.
Supongo que dependerá también del carácter de cada niño y la educación que se le brinde. Pero  creo que ese tiempo, por corto que sea, y aunque solo se produzca una vez a la semana -en el mejor de los casos-, es objetivamente, demasiado para un niño pequeño, que además no debe estar enterándose de nada de lo que ocurre a su alrededor, qué significa, ni qué objetivo tiene.
Es en momentos como este, tras hacer esta reflexión, que me alegro de no llevar a mis hijos a un colegio religioso.

lunes, 16 de septiembre de 2013

REGALANDO CUENTOS, NO CONTÁNDOLOS


Tenía pendiente hablar aquí de la buena nueva de mi cuento “Nace Eugenia”, y la última entrada del blog de El Parto es Nuestro: “¡Cigüeñas, devolvednos nuestros partos!”, me ha iluminado a la hora de preparar este texto.

Hay padres que antes que decirles la verdad, prefieren contarles a sus hijos que, para que nazca el nuevo hermanito, un doctor cortará la barriga de su madre y luego se la coserá (aunque la cesárea no esté prevista). Algo parecido a lo que ocurre en el cuento de las siete cabritillas, aunque sin meterle piedras dentro (¡sólo faltaba eso!). A mi esto me parece espantoso, pues esta explicación además de falsa, es muy gore y creo sinceramente que les puede causar un trauma mayor a los críos, que decirles sencillamente que su hermanito saldrá por la vagina de mamá. Cabría preguntarse porque esos padres ocultan la realidad a sus hijos.

Hace dos años, hice un par de talleres de Descubriendo la Maternidad en el colegio de mis hijos y me basé en el cuento de Eugenia para hacerlos. Era una especie de prueba, pues el cuento todavía estaba en fase de producción y quería saber si funcionaría y a los niños les gustaba. ¡Fue todo un éxito! Tras el taller los niños hicieron unos dibujos, y luego yo elegí el que me pareció más llamativo y premié a su autor con un diploma y una mochila de la asociación. La anécdota está, en que luego, el niño “ganador”, se ha convertido en un gran amigo de mis hijos, juegan muchas veces juntos, y por ende yo también he hecho buenas migas con su madre.  En el sexto cumple de Ángel, esta chica (sin saber que era yo, la que había ido al cole a hacer el taller), comentó todo asustada, lo que su hijo, al llegar a casa, le había dicho sobre lo que había aprendido. Le preguntaba emocionado cuando él tendría un hermanito (es hijo único) y ella le prohibió llevar al parque la mochila por “el que dirán”. Según ella, esos no eran temas para enseñar a niños tan pequeños… Hace más de un año y medio de aquello, y no sé que recordará el chico del taller, pero si que sé, que su madre, por su lado, se empeña en decirle que los niños los traen las cigüeñas. Me imagino el follón que debe tener el chaval en la cabeza.

Dibujo ganador
Pues resulta que, acaba de ser el cumpleaños del niño, y yo ni corta ni perezosa, le he regalado un ejemplar de “Nace Eugenia”. La madre no estaba presente cuando abrió el paquete, por lo que no vio el cuento hasta llegar a su casa (el niño lo estuvo hojeando, mientras a su lado, Ángel le decía orgulloso: “lo ha hecho mi mamá”). Esto ha ocurrido este sábado, y no he tenido ocasión de hablar de nuevo con ella, así que no sé cual ha sido su reacción, pero no me extrañaría nada, que cuando lo vea, se lo quite y termine escondiéndolo en el fondo de un cajón. “Nace Eugenia”, se convertirá así, en un libro maldito, como muchas de las grandes obras de la historia de la literatura. Una de esas, que dicen la verdad, una verdad incomoda para algunos.

Yo creo que es el mejor regalo que he podido hacerle.  Pienso regalarles un ejemplar, a todos los niños que nos inviten a sus cumpleaños, y de esta manera ir sembrando poco a poco semillas para el cambio, aunque eso implique poner en un compromiso a sus padres. Espero que ninguno me retire la palabra.