miércoles, 21 de septiembre de 2011

REACCIONES ANTE LAS VIÑETAS DE LA SEGO


Son muchos los medios de comunicación que se están haciendo eco de este tema. Gracias a los comentarios publicados en la prensa digital podemos conocer la reacción del público en general y son dos las posturas que más se repiten. 

Por un lado estamos quienes nos indignamos y por otro los que encuentran graciosas las viñetas y tildan a quienes nos sentimos indignadas y exigimos su retirada inmediata como “feministas exageradas y sin sentido del humor”. En mi opinión estos últimos o son igual de machistas y retrógrados que las viñetas o no conocen en profundidad la situación de la obstetricia y la ginecología en España.

El problema de estos dibujos es un problema de fondo, pues reflejan a la perfección la filosofía y la manera de pensar y actuar de la mayoría de los ginecólogos de este país. 

Lo que ocurre en las consultas de ginecología y en las salas de parto, la falta de respeto con la que se trata a las pacientes, sus cuerpos y sus dolencias, pisoteando sus derechos como usuarias del sistema sanitario, no ocurre en ninguna otra especialidad. Y es así precisamente porque las destinatarias de este servicio somos mujeres, y sigue existiendo un machismo que ridiculiza, infantiliza y denigra a la mujer solo por el hecho de serlo.
Se trata de un machismo velado, que no es tan evidente como un mal trato físico pero es igualmente violencia de genero, que por el lugar en el que tiene lugar y quien la inflinge podemos denominar violencia obstétrica. Este maltrato está tan arraigado que se acepta como normal y se tolera hasta el punto de permitirse los agresores, el mofarse de sus victimas abiertamente con el beneplácito de muchas personas que se asombran cuando alguna mujer osa quejarse y tratan de acallarla aludiendo al humor y a la manida frase de “no es para tanto, mujer”.

Si rebelarse contra este trato vejatorio y exigir que deje de producirse es ser “feminista”, me declaro feminista y a mucha honra.

Logotipo de la Revolución de las Rosas,
movimiento contra la Violencia Obstétrica.
El escándalo sería mayúsculo si fuesen oncólogos los que se riesen de la calvicie de sus enfermos de cáncer o fisioterapeutas de los problemas de movilidad y el uso de prótesis por parte de personas impedidas de alguna manera tras un accidente de tráfico. Tampoco sería aceptado que los médicos se riesen de manera pública de los despistes y olvidos de los enfermos aquejados de Alzheimer, pero como se trata de “cosas de mujeres” el nivel de tolerancia es mayor.

Es machismo porque contempla a la mujer desde una perspectiva superficial, en la que el físico es lo único que importa: si la mujer es mayor y poco agraciada provoca repulsa, si es joven y bella despierta el deseo del ginecólogo, una actitud muy poco profesional y bastante reprobable. Patologías que pueden suponer muchas incomodidades y problemas de salud, no sólo físicos si no también psicológicos como son el prolapso uterino, despiertan la hilaridad en quienes se supone deben ayudarnos a superar este problema y prestarnos su apoyo. Se habla de la cesárea con una falta de tacto tremenda, cuando se trata de una operación de cirugía mayor, que supone la mayor parte de las veces una experiencia bastante traumática para quien pasa por ella.

Esta claro que quienes no le encuentran maldad a estas viñetas es porque tienen muy poca sensibilidad. Una mujer no va al ginecólogo por gusto, va por necesidad. Se encuentra en una situación incómoda, teniendo que mostrar sus genitales a un desconocido y lo último que espera, es ser ridiculizada por su aspecto o que hagan bromas con sus problemas de salud. Si la mujer está embarazada se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad, por lo que el profesional debería cuidar aún más su forma de tratarla. Pero en la realidad ocurre lo contrario, muchas mujeres salen de los controles prenatales asustadas e intimidadas, lo que es contraproducente para el normal desarrollo del embarazo y el bienestar materno-fetal.

La atención al parto es pésima y los ginecólogos reconocen abiertamente que no están por la labor de cambiar su manera de actuar. Así pues, el panorama que tenemos ante nosotras no es nada halagüeño, de ahí nuestra “susceptibilidad”. La atención que recibimos no es de calidad, y en lugar de trabajar para mejorar, los ginecólogos se toman a risa nuestras reivindicaciones y se mofan del objeto de su trabajo.


Cuando se trabaja con personas, en cuestiones de salud, y sobre todo en un tema tan íntimo y delicado como es la salud sexual y reproductiva, es muy importante tener el cuenta el aspecto emocional y psicológico de las pacientes, pero por desgracia esta es la gran asignatura pendiente de la ginecología y la obstetricia en España.

Yo personalmente no le encuentro solución a este problema. Se trata de maneras de entender la vida y de ver el mundo. Quién ha sido educado en el machismo, va a ser machista toda su vida, por muchas campañas en contra que lance el Ministerio de Igualdad. Quien nunca ha considerado a la mujer un igual, quién nunca la ha tratado con respeto, no va a empezar a hacerlo ahora porque se denuncie la violencia de genero en los medios de comunicación. Sólo nos queda esperar al cambio generacional. Que dentro de unos años todos estos ginesaurios se jubilen y vengan otros más decentes a ocupar su lugar.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

LAS HAPPY MOTHERS

Parece que existe una guerra entre dos concepciones distintas de la maternidad: de un lado la de las “encimonistas” como diría la señora Lindo, y de otro, la de las que yo me he tomado la libertad de denominar, siguiendo el ejemplo creativo de la susodicha escritora, y por contraposición, como “despegadistas”, es decir, aquellas que quieren tener hijos, pero cuánto más lejos mejor.
No está claro quién declaró la guerra a quién, pero es seguro que está guerra no va a ganarla nadie, pues cada cual va a seguir haciendo en su casa lo que considere oportuno independientemente de lo que opinen los demás.
Yo, por mi parte, tengo otro conflicto personal: el que mantengo con las “Happy Mothers”. He bautizado así, con todo mi cariño, a esas madres felices que parecen no tener dificultades con su maternidad. Esas madres que no pierden nunca los nervios y que parece que lo tienen siempre todo controlado. Esas madres que se organizan estupendamente y que no tienen motivos para quejarse o que, aun teniéndolos, consiguen ver siempre el lado positivo de las cosas y poner al mal tiempo buena cara. En realidad, el conflicto no es con ellas, sino conmigo misma, pues me producen muchísima envidia y sobre todo me hacen sentir culpable por no ser capaz de vivir mi maternidad como ellas. Quizá esto mismo sea lo que les pasa a las “despegadistas”. A lo mejor sienten que se están perdiendo algo por poner barreras entre ellas y sus niños, pero la cultura, la rutina, o “el qué dirán” les impide cambiar su manera de entender la maternidad y vuelcan su frustración contra el mensajero, contra las “otras” que actúan de manera diferente a ellas.

Volviendo al tema del título, independientemente del tipo de crianza que hayan escogido, las Happy Mothers existen, haberlas haylas, como las meigas, al igual que existen muchas otras madres desesperadas, a ratos, como yo. ¿Qué es lo que hace que estemos en uno u otro “bando”? No lo sé. Supongo que depende de la personalidad de cada cual, de cómo sean los niños, de las circunstancias de cada momento…

Hay días en que estoy muy segura de mis ideas, de lo que hago con mis hijos, e incluso llego a sentirme orgullosa de mi misma como madre. Son esos días en los que todo funciona sin mayores contratiempos.
Sin embargo, los días en que los niños comienzan a pegarse desde por la mañana temprano, que parece que les ha sobrevenido una sordera profunda porque ignoran todos mis llamamientos o que parece que les regalan monedas de euro cada vez que dicen que NO. Esos días me gustaría dimitir como madre, coger mis bártulos y marcharme muy lejos. Justo esos días en los que me fallan las fuerzas y me siento desbordada, son aquellos en los que estoy sola con ellos. Pienso que ahora las mamás pasamos demasiado tiempo solas con nuestros hijos, en nuestros pequeños pisos de las grandes ciudades, y creo que eso no es bueno ni para nosotras ni para los niños.

Soy una “Happy Mother” cuando mi bebé me dice que me quiere, cuando el mayor me dibuja unos osos polares preciosos o cuando los dos se entretienen y se ríen juntos.Me gustaría ser una “Happy Mother” y gritar a los cuatro vientos todo el rato que la maternidad es lo mejor que hay, pero soy sincera y admito que a mí ser madre, me resulta a veces bastante duro. Me gustaría ser una “Happy Mother”, pero no siempre lo consigo.